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POEMA UNO
le dije las sillas se hacen insoportables cuando están vacías sobre
todo me dijo después de los entierros sobre todo después de los casamientos
cuando se van los invitados tienes razón le dije un martillo es un hermetismo
en mangas de camisa que entra en la sala de lectura dando voces dispuesto a
abrir lo que sea no es para tanto dijo él ningún libro abre lo suficiente la
boca como para enredarse en una investigación policial no te creas le dije yo
se han dado casos en francia y al sur de la polonia ocupada ya pero no aquí
dijo él donde la cobardía y las gabardinas abarrotan los percheros en cuanto
caen dos gotas
los poemas dijo él se han convertido en escaparates de los almacenes de
moda yo hice una mueca él me miró como quien no quiere la cosa pero pretende
decir te he atrapado mangante creías que bastaba con quitarte la camisa de
fuerza e irte a robar gallinas entre los escombros del público no le dije ni se
me hubiera ocurrido las lágrimas me han vuelto mediocre y el prestigio de los
textos dramáticos han desencajado la burla de los autómatas obligados a
trabajar en el elenco de los asuntos humanos
bueno me dijo él los sacos están ahí empieza a transportarlos cuando
quieras no sé si podré le dije me respondió eso es asunto tuyo ya pero cómo voy
a poder hacerlo yo solo a mí no me vengas con esas me respondió huraño qué iba
a decirle no me tocaba más que callar el camino a la infancia era largo y
cuanto antes empezara mejor pensé para mis adentros ya la doctrina del
academicismo había hecho en mí estragos mentales y las monjas embarazadas con
la información divina me ofrecían un puesto en su fábrica
me dijo las conveniencias están reñidas con lo buenamente así que allá
tú no entiendo lo que quieres decirme no te lo voy a repetir para un actor
fracasar es terminar en el carromato de un circo junto a la jaula de cebras en
el mejor de los casos ahora me entiendes no del todo le dije me siento un
apóstata atravesando un paisaje de sillas vacías comienza cuando quieras dijo
él bueno dije yo en el circo no importa tanto el maquillaje exagerado haz lo
que quieras me respondió careces de sentido común y amor propio eso es verdad
respondí
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El ermitaño
El ermitaño abre la cancela y su mirada limpia la noche con la lira de
las cinco serpientes. El ermitaño no dice nada, tampoco sabe proteger con
palabras esa parte del firmamento en la que crecen los espinos. Los espinos dan
al ermitaño consejos que han sido repetidos desde hace dos mil años: los reyes
del Norte tienen la sangre fría como los lagartos, los reyes del Sur no usan
camisa. La amargura y lo hermoso saben que serán un mismo pájaro hembra en la
cabeza del ermitaño, Tiene paciencia, bebe granero para los climas que todavía
no se han bautizado, lámparas de aceite en cada choza de lo distinto. Lo que
desconoce el ermitaño lo comprende cualquier tozudo con modales si le da una
patada a este párrafo. El ermitaño vive en él, dentro de él, como la carta en
el sobre y el amo de las gallinas en el comedero de las matemáticas.
Wittgenstein era un ermitaño y todo aquel que nunca ha visto a su padre puede
ser considerado un ermitaño al leer los e-mail que se envía a sí mismo. Las
avenidas de Nueva York están abarrotadas de ermitaños que oyen cada cuarto de
hora las trompetas de la resurrección de Lázaro. Un ermitaño pone un frasco
junto a la ventana y esas serán las aguas que han recorrido las aguas del
acento. No mencionarán detalles, ni cuando aman, ni cuando se los llevan aparentemente
muertos. No usan espejo ni han olido la decisión predestinada a la canela.
Tampoco recuerdan a las muchachas con pelo rojo a la hora de acostarse.
Desconocen los evaporadores y el ballet. Están ahí flotando en el afuera como
insectos en la órbita del neón. Quién sabrá si atrapados en otro tipo de
música. Sin dueño.
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ç.
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La bicicleta
del panadero
Juan Carlos Mestre
480 p. 2012.
ISBN 978-84-8359-238-0. 25,00 €.
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