lunes, 4 de abril de 2011

MOVILIZACION EN MÉXICO: 40.000 Pésames Marcha de la explanada al Zócalo (miércoles 6 abril 17 h.)o

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Cuarenta mil pésames

Marcha de la explanada de Bellas Artes al Zócalo

Miércoles 6 de abril a las 17 hrs.

Luego de triunfar en las elecciones federales del año 2006 por un escaso margen y tras un proceso electoral muy debatido, el actual presidente de México sintió que era preciso, para legitimarse, realizar un acto de gobierno espectacular. Fue así como nació la llamada guerra contra el narcotráfico, que de paso buscaba atraer la simpatía de otros gobiernos, en especial el de los Estados Unidos. A más de cuatro años de iniciada, esa guerra decidida sin el consenso de los mexicanos y diseñada sobre las rodillas arroja un saldo negativo y trágico: 40,000 muertos, decenas de ciudades sometidas al terror cotidiano, una creciente militarización de las calles, el aumento y la creciente interacción de los giros criminales (el secuestro y la tortura, la venta de protección, la trata de mujeres, niños y migrantes), el asesinato común disfrazado de vendetta y de ajustes de cuentas entre delincuentes, el lavado de dinero, la imparable cooptación de personas desempleadas y sin oportunidades de estudio por parte de las bandas y los cárteles, la quiebra del código no escrito que comprometía a narcos y sicarios a no tocar al ciudadano común, y un larguísimo etcétera. Todo en medio de la impunidad generalizada que hoy tiene a la inmensa mayoría de los mexicanos hundidos en un profundo sentimiento de impotencia y disgusto.

Desde luego, hay miles y miles de criminales en el país que deben ser perseguidos y juzgados. Su responsabilidad en la actual emergencia nacional debe ponerse en primer plano. Pero esto no disminuye sino amplifica la falta de eficacia de las autoridades, incapaces de contener una ola criminal que, por lo demás, comenzó a expandirse de manera exponencial desde que la presidencia decidió emprender esta guerra, a todas luces sin un plan adecuado y sin calcular sus costos. Cuando se habla del número de muertos (10,000 por año en promedio durante la actual administración), se responde con cinismo y a manera de consuelo que la gran mayoría son criminales, que “los malos” están matándose entre sí. Gran sofisma: los muertos son mexicanos con derechos y obligaciones; hijos de padres que han padecido en carne propia la injusticia y la impunidad que hoy dominan nuestro entorno; hermanos y tíos de campesinos y jornaleros metidos a sicarios; cuñados y primos de tantos otros que hoy viven sujetos al temor de ser plagiados, atormentados, decapitados, metidos en fosas comunes; soldados nacidos en familias humildes, metidos a ejercer funciones que no les corresponden y para las que no han recibido el entrenamiento necesario; hijas de madres que han sufrido la pena impensable de acudir a un terreno baldío para identificar el cadáver de sus hijas, conscientes de que nunca conocerán el rostro de los culpables. Estos 40,000 muertos, por más que se quiera ocultarlo, son los muertos de todos, nuestros muertos.

No sólo el gobierno federal, el hacedor unilateral y espontáneo de esta acometida antinarco que millones de mexicanos perciben como ajena, o al menos como absurda e ineficiente, ha dado pruebas de ineptitud a la hora cumplir con su obligación esencial de brindarnos seguridad: ni los partidos, ni los legisladores, ni los responsables de impartir justicia le han cumplido a los ciudadanos. Hoy le toca a la sociedad civil congregarse, discutir y lanzarse a las calles para exigirles que cumplan sus obligaciones y compromisos: a la presidencia que reconsidere, a la luz de la circunstancia insostenible que hoy vivimos, la estrategia adoptada, que diseñe y ponga en marcha un proyecto global (educativo, laboral, cultural), y si es preciso que retire al ejército de las calles mientras se discute la pertinencia o no de la guerra misma; a diputados y senadores, que escuchen las demandas de sus representados y legislen en consecuencia; al poder judicial, que persiga y juzgue de manera expedita y eficiente los miles y miles de crímenes que se cometen día con día; a los partidos, que presenten programas de gobierno que nos demuestren con claridad su compromiso con las necesidades de todos.

Este próximo miércoles 6 de abril, acudamos a la marcha que con este fin se llevará a cabo en la ciudad de México y otras poblaciones del país, a manera de réplica de la que el poeta Javier Sicilia encabezará en la ciudad de Cuernavaca para exigir el esclarecimiento de la muerte de su hijo y como un pésame por los 40,000 muertos que nos ha dejado una ofensiva que no pedimos, que no entendemos, que todos pagamos y que le ha arrebatado la dignidad a la nación. La cita es en la explanada de Bellas Artes a las 17 hrs., para de ahí partir hacia el Zócalo capitalino. Llevemos pancartas, veladoras y flores.

P.D. Por favor, divulga esto entre tus contactos y pídeles que a su vez corran la voz. ¡Basta de ser espectadores del desastre!

Eduardo Hurtado

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Urgente: ¡¡¡Divulga y asiste!!!
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humanos no interesados en dignidad

viven sin cavar, manos inmunes

a la mansa, terca, tensa tierra de almas

calidad cálida

soy feliz

sobre los terrones

sin torres fieles, infieles

el acabado perfecto es acabado de la vida

en verso y amor, la misma cosa

guinda el trazo en círculo del vino

hay que verla cómo queda, pétrea de brillo

-a la tierra-

es una piedra, no es una piedra

sí es una piedra, que no lo es

decídete entonces a dar la vuelta

escarabajo boca arriba

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Eduardo Milán

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Queridos amigos:

Les envío la carta abierta de Javier Sicilia que hoy domingo sale en el Proceso. Como bien sabemos ayer anunció que no volvería a escribir poesía. Ante su tragedia y las de miles se llama a:

EMERGENCIA NACIONAL

"Por los cuarenta mil muertos marchemos en la ciudad de México, el miércoles, junto con Javier Sicilia y los deudos de éste país". De la explanada del Palacio de Bellas Artes al Zócalo. A las 17:00 horas. Llevemos veladoras y flores."


María Rivera

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Estamos hasta la madre... (Carta abierta a los políticos y a los criminales)

javier sicilia

El brutal asesinato de mi hijo Juan Francisco, de Julio César Romero Jaime, de Luis Antonio Romero Jaime y de Gabriel Anejo Escalera, se suma a los de tantos otros muchachos y muchachas que han sido igualmente asesinados a lo largo y ancho del país a causa no sólo de la guerra desatada por el gobierno de Calderón contra el crimen organizado, sino del pudrimiento del corazón que se ha apoderado de la mal llamada clase política y de la clase criminal, que ha roto sus códigos de honor.

No quiero, en esta carta, hablarles de las virtudes de mi hijo, que eran inmensas, ni de las de los otros muchachos que vi florecer a su lado, estudiando, jugando, amando, creciendo, para servir, como tantos otros muchachos, a este país que ustedes han desgarrado. Hablar de ello no serviría más que para conmover lo que ya de por sí conmueve el corazón de la ciudadanía hasta la indignación. No quiero tampoco hablar del dolor de mi familia y de la familia de cada uno de los muchachos destruidos. Para ese dolor no hay palabras –sólo la poesía puede acercarse un poco a él, y ustedes no saben de poesía–. Lo que hoy quiero decirles desde esas vidas mutiladas, desde ese dolor que carece de nombre porque es fruto de lo que no pertenece a la naturaleza –la muerte de un hijo es siempre antinatural y por ello carece de nombre: entonces no se es huérfano ni viudo, se es simple y dolorosamente nada–, desde esas vidas mutiladas, repito, desde ese sufrimiento, desde la indignación que esas muertes han provocado, es simplemente que estamos hasta la madre.


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Estamos hasta la madre de ustedes, políticos –y cuando digo políticos no me refiero a ninguno en particular, sino a una buena parte de ustedes, incluyendo a quienes componen los partidos–, porque en sus luchas por el poder han desgarrado el tejido de la nación, porque en medio de esta guerra mal planteada, mal hecha, mal dirigida, de esta guerra que ha puesto al país en estado de emergencia, han sido incapaces –a causa de sus mezquindades, de sus pugnas, de su miserable grilla, de su lucha por el poder– de crear los consensos que la nación necesita para encontrar la unidad sin la cual este país no tendrá salida; estamos hasta la madre, porque la corrupción de las instituciones judiciales genera la complicidad con el crimen y la impunidad para cometerlo; porque, en medio de esa corrupción que muestra el fracaso del Estado, cada ciudadano de este país ha sido reducido a lo que el filósofo Giorgio Agamben llamó, con palabra griega, zoe: la vida no protegida, la vida de un animal, de un ser que puede ser violentado, secuestrado, vejado y asesinado impunemente; estamos hasta la madre porque sólo tienen imaginación para la violencia, para las armas, para el insulto y, con ello, un profundo desprecio por la educación, la cultura y las oportunidades de trabajo honrado y bueno, que es lo que hace a las buenas naciones; estamos hasta la madre porque esa corta imaginación está permitiendo que nuestros muchachos, nuestros hijos, no sólo sean asesinados sino, después, criminalizados, vueltos falsamente culpables para satisfacer el ánimo de esa imaginación; estamos hasta la madre porque otra parte de nuestros muchachos, a causa de la ausencia de un buen plan de gobierno, no tienen oportunidades para educarse, para encontrar un trabajo digno y, arrojados a las periferias, son posibles reclutas para el crimen organizado y la violencia; estamos hasta! la madre porque a causa de todo ello la ciudadanía ha perdido confianza en sus gobernantes, en sus policías, en su Ejército, y tiene miedo y dolor; estamos hasta la madre porque lo único que les importa, además de un poder impotente que sólo sirve para administrar la desgracia, es el dinero, el fomento de la competencia, de su pinche “competitividad” y del consumo desmesurado, que son otros nombres de la violencia.

De ustedes, criminales, estamos hasta la madre, de su violencia, de su pérdida de honorabilidad, de su crueldad, de su sinsentido.

Antiguamente ustedes tenían códigos de honor. No eran tan crueles en sus ajustes de cuentas y no tocaban ni a los ciudadanos ni a sus familias. Ahora ya no distinguen. Su violencia ya no puede ser nombrada porque ni siquiera, como el dolor y el sufrimiento que provocan, tiene un nombre y un sentido. Han perdido incluso la dignidad para matar. Se han vuelto cobardes como los miserables Sonderkommandos nazis que asesinaban sin ningún sentido de lo humano a niños, muchachos, muchachas, mujeres, hombres y ancianos, es decir, inocentes. Estamos hasta la madre porque su violencia se ha vuelto infrahumana, no animal –los animales no hacen lo que ustedes hacen–, sino subhumana, demoniaca, imbécil. Estamos hasta la madre porque en su afán de poder y de enriquecimiento humillan a nuestros hijos y los destrozan y producen miedo y espanto.

Ustedes, “señores” políticos, y ustedes, “señores” criminales –lo entrecomillo porque ese epíteto se otorga sólo a la gente honorable–, están con sus omisiones, sus pleitos y sus actos envileciendo a la nación. La muerte de mi hijo Juan Francisco ha levantado la solidaridad y el grito de indignación –que mi familia y yo agradecemos desde el fondo de nuestros corazones– de la ciudadanía y de los medios. Esa indignación vuelve de nuevo a poner ante nuestros oídos esa acertadísima frase que Martí dirigió a los gobernantes: “Si no pueden, renuncien”. Al volverla a poner ante nuestros oídos –después de los miles de cadáveres anónimos y no anónimos que llevamos a nuestras espaldas, es decir, de tantos inocentes asesinados y envilecidos–, esa frase debe ir acompañada de grandes movilizaciones ciudadanas que los obliguen, en estos momentos de emergencia nacional, a unirse para crear una agenda que unifique a la nación y cree un estado de gobernabilidad real. Las redes ciudadanas de Morelos están convocando a una marcha nacional el miércoles 6 de abril que saldrá a las 5:00 PM del monumento de la Paloma de la Paz para llegar hasta el Palacio de Gobierno, exigiendo justicia y paz. Si los ciudadanos no nos unimos a ella y la reproducimos constantemente en todas las ciudades, en todos los municipios o delegaciones del país, si no somos capaces de eso para obligarlos a ustedes, “señores” políticos, a gobernar con justicia y dignidad, y a ustedes, “señores” criminales, a retornar a sus códigos de honor y a limitar su salvajismo, la espiral de violencia que han generando nos llevará a un camino de horror sin retorno. Si ustedes, “señores” políticos, no gobiernan bien y no toman en serio que! vivimos un estado de emergencia nacional que requiere su unidad, y ustedes, “señores” criminales, no limitan sus acciones, terminarán por triunfar y tener el poder, pero gobernarán o reinarán sobre un montón de osarios y de seres amedrentados y destruidos en su alma. Un sueño que ninguno de nosotros les envidia.

No hay vida, escribía Albert Camus, sin persuasión y sin paz, y la historia del México de hoy sólo conoce la intimidación, el sufrimiento, la desconfianza y el temor de que un día otro hijo o hija de alguna otra familia sea envilecido y masacrado, sólo conoce que lo que ustedes nos piden es que la muerte, como ya está sucediendo hoy, se convierta en un asunto de estadística y de administración al que todos debemos acostumbrarnos.

Porque no queremos eso, el próximo miércoles saldremos a la calle; porque no queremos un muchacho más, un hijo nuestro, asesinado, las redes ciudadanas de Morelos están convocando a una unidad nacional ciudadana que debemos mantener viva para romper el miedo y el aislamiento que la incapacidad de ustedes, “señores” políticos, y la crueldad de ustedes, “señores” criminales, nos quieren meter en el cuerpo y en el alma.

Recuerdo, en este sentido, unos versos de Bertolt Brecht cuando el horror del nazismo, es decir, el horror de la instalación del crimen en la vida cotidiana de una nación, se anunciaba: “Un día vinieron por los negros y no dije nada; otro día vinieron por los judíos y no dije nada; un día llegaron por mí (o por un hijo mío) y no tuve nada que decir”. Hoy, después de tantos crímenes soportados, cuando el cuerpo destrozado de mi hijo y de sus amigos ha hecho movilizarse de nuevo a la ciudadanía y a los medios, debemos hablar con nuestros cuerpos, con nuestro caminar, con nuestro grito de indignación para que los versos de Brecht no se hagan una realidad en nuestro país.

Además opino que hay que devolverle la dignidad a esta nación.


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El Estado nos debe

No nos ahorra los muertos; sí las explicaciones.
No nos ahorra el dolor; sí la justicia

Francisco Segovia

El lunes pasado apareció en Cuernavaca el cadáver de Juan Francisco Sicilia, hijo de Javier. Junto al suyo, otros seis cuerpos. Una nota en la camioneta donde los hallaron amenaza a militares y policías…

Matar civiles para amedrentar soldados es señal de una cobardía histerizada. Pero ¿sólo de los narcos? No. También del gobierno... Manotazos entre dos, que desgarran la piel de todos… Pero uno de esos dos es elección nuestra, y podemos pedirle cuentas... El Estado siempre nos debe cuentas… ¿O no le hemos dado nosotros a él, sólo a él, el uso legítimo de la violencia? ¿Y no se lo hemos dado justo para que evite la violencia? Pero la violencia del Estado ¿es legítima esta vez?... Elecciones fraudulentas, policías plagiarios, políticos corruptos, soldados comprados, jueces del cochupo, periodistas del embute, empresarios coludidos, sindicatos charros, guardias blancas, paidófilos impunes, clero de vista gorda… Una justicia ojo de hormiga… Y ningún poder intacto… El que les dimos alimenta al otro: son el mismo…


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Los periódicos llevan cuenta diaria de los muertos. Más que en Irak –dicen–, más que en Afganistán. Muchos más, sin duda, que en Egipto, que en Túnez… Pero el presidente manda más metralla, manda más muertos, mientras se ovilla en su rincón y trata de olvidar… Si tuviera algún carácter (si el país fuera de verdad independiente) legalizaría las drogas… Eso sería tomar partido por los ciudadanos; y los ciudadanos lo apoyaríamos, como apoyamos a Cárdenas cuando expropió el petróleo –contra viento y marea, contra Estados Unidos, contra Inglaterra…

Los ciudadanos no necesitamos armas. No necesitamos estar de parte del gobierno. Los ciudadanos necesitamos que el gobierno esté de nuestra parte. O darnos otro gobierno…

Yo no tengo esperanzas en Calderón (nunca las tuve). Pero soy pesimista, no cínico, y su fracaso no me consuela… Ni triunfando en su guerra podría el Estado consolarnos de la muerte de todos estos muertos. Pero debió evitar la muerte de todos estos muertos. Debió desoír la arenga que los gringos hacen frente a tirios y troyanos al entregarles sus armas: “Para que puedas hundir tu pie en la sangre,/ y en los enemigos tenga su parte la lengua de tus perros.” (Salmo 68)... Calderón tiene el pie hundido en sangre; la lengua de sus perros lame en el suelo el dolor de todos...

Ha muerto Juan Francisco Sicilia; a su lado, otras seis personas; junto a ellas, los setenta y dos inmigrantes ejecutados en Tamaulipas; los quince jóvenes masacrados en Ciudad Juárez; las incontables (incontadas) mujeres de la misma ciudad; los niños que la negligencia libró a las llamas del ABC… La cuenta diaria de los diarios es muy larga, pero se queda corta, muy corta, y no se acaba… Si el presidente despertara de su sueño artificial, si mirara en la vigilia cómo se hunde el país en su violencia, entonces no podría dormir. Y si no pudiera dormir, renunciaría. Si estuviera en sus cabales… Pero prefiere dormir el sueño muelle del impune –ah, dormir como Mario Marín, como Ulises Ruiz... Si no renuncia, es que le da igual ser igual a ellos... Él y su gobierno son impulsivos, pero pusilánimes; berrinchudos, pero sonámbulos… No nos ahorran los muertos; sí las explicaciones. No nos ahorran el dolor; sí la justicia…

Un gobierno debe servir a sus ciudadanos. Éste no nos sirve…