martes, 22 de marzo de 2011

poema inédito VARSOVIA de Ana Pérez Cañamare

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Extraído, a modo de contextualización del poema de Ana Pérez Cañamares, de la página Foro Segunda Guerra Mundial.
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El ghetto de Varsovia

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“El ghetto de Varsovia existió en su forma "normal" desde el 16 de noviembre de 1940 hasta el 22 de junio de 1942, cuando comenzó la deportación masiva de sus habitantes. Durante siete semanas fueron llevados diariamente miles de judíos hacia el campo de muerte en Treblinka. Aun después, el ghetto siguió existiendo dentro de límites más reducidos y su estructura fue diferente. Desde entonces y hasta el 19 de abril de 1943, fecha en que comenzó la insurrección conocida como la "Rebelión del Ghetto de Varsovia", los judíos que quedaron en el ghetto estuvieron sometidos al duro régimen imperante en los campos de concentración.

Cuando el ghetto se formó, se extendía sobre una superficie equivalente al 2,4 por ciento de la ciudad de Varsovia. Eran muchísimos habitantes que vivían en pocas calles. De acuerdo con el periódico oficial Gazeta Zydowska, 380.740 personas vivían en el ghetto, el 1º de enero de 1941. De éstos, 1.718 eran católicos, protestantes y griegos ortodoxos. ¿Cómo llegaron esas personas que no se definían como judíos al ghetto? Al principio de la ocupación alemana, una asociación cristiana pidió protección para esas personas que no pertenecían a la religión judía. Eran conversos mayormente. Los alemanes pidieron la lista, así como las direcciones de los interesados. Cuando llegó el momento los fueron a buscar y los encerraron en el ghetto, aplicando principios raciales –no religiosos–. La población del ghetto siguió aumentando, pues siguieron las deportaciones y el 1º de marzo de 1941 ya eran 445.000 personas. Luego, debido a la alta tasa de mortalidad, la población comenzó a declinar. Durante el año 1941 más de 43.000 judíos murieron en el ghetto, alrededor del 10%. La muerte por hambre era uno de los objetivos del régimen nazi hacia los judíos.

El mismo Hans Frank ya lo había dicho: "Hemos condenado a 1.200.000 judíos a la muerte por hambre. Si eso no sucede, deberemos implementar otras medidas".

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Sin embargo, no existen pruebas que ya desde el comienzo se pensara en la exterminación masiva sistemática, tal como se realizó después. Podía hablarse, tal vez de una exterminación indirecta, vale decir, la muerte provocada por la acción combinada del hambre, las enfermedades endémicas y epidémicas, la deportación y las durísimas condiciones en los campos de trabajo. La tasa de mortalidad entre los judíos aumentó veinte veces, en comparación con la existente en agosto de 1939. La razón principal era la desastrosa situación imperante en materia de alimentación.

Los alemanes asignaron a la población alemana de Varsovia una dieta de 2.613 calorías; a los polacos 699 y a los judíos 184, apenas el 15% del diario necesario. De acuerdo con un cálculo, la ración de comida asignada a los judíos en un mes, no alcanzaba ni siquiera para una dieta normal de tres días. En esas condiciones, el ghetto habría perecido en poco tiempo. La única solución era procurarse el faltante, aunque fuera parcialmente, por medios extralegales: el contrabando. Czerniakov, el presidente del Judenrat, le dijo a ciertos círculos que el 80% de los alimentos ingresados al ghetto lo hacía por esa vía. Al principio no fue difícil: la vigilancia no era muy estricta. En cada uno de los portones del ghetto había dos policías polacos, dos alemanes y dos judíos que vigilaban desde dentro del ghetto. A veces, el muro dividía casas. Era fácil practicar un boquete y pasar a la parte aria. A fin de impedir estos movimientos, los alemanes decidieron suprimir partes enteras del ghetto y establecer la línea divisoria en medio de la calle. Los centinelas alemanes recibieron órdenes estrictas de no permitir ningún movimiento de alimentos sin la expresa autorización de las autoridades. Ante cualquier transgresión abrían fuego. Actuaban dos tipos de operadores: los pequeños contrabandistas, que trataban de infiltrar pequeñas cantidades de alimentos para el mantenimiento propio y de su familia y los grandes contrabandistas, que encararon el contrabando como una empresa y operaban en gran escala. Ellos fueron los que introdujeron la mayor cantidad de alimento al ghetto. Actuaban a través de distintos canales, pues uno solo no hubiera tenido éxito. Tampoco se hubiera podido, por medio de ese único canal, introducir la gran cantidad de alimentos y otros bienes que el ghetto necesitaba. Estas operaciones cobraban diariamente su cuota de víctimas que, a pesar de ascender constantemente, no impidió que el contrabando prosiguiera. El descubrimiento de un boquete en los muros de 3 metros de altura o la captura de un hombre o incluso de una banda de contrabandistas, no podía detener el flujo. Descargar un carro o un camión, llevaba sólo unos minutos.

¿Quiénes se ocupaban de esta tarea? Los contrabandistas, que se transformaron en una nueva élite. Sólo algunos pocos se habían dedicado al comercio antes de la guerra. La mayoría provenía de las clases bajas de la población judía; algunos, verdaderos delincuentes: ladrones o comerciantes de objetos robados. Estaban acostumbrados a una vida de riesgos y aventuras. Ellos se adaptaron rápidamente a las condiciones anormales, aplicando toda su capacidad y recursos. En total, miles de personas estaban involucradas en el contrabando, pues de eso vivían.

Fuente: “Los ghettos bajo el dominio nazi” publicado en Ediciones Tarbut
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- - - - - VARSOVIA
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Estoy tomando una cerveza

frente a lo que fue tu casa.

Ahora tu casa es un símbolo

y los símbolos no son habitables.

Para ti debió de ser

lo que nunca tendrían

que dejar de ser las casas:

entrechocar de platos

risas que estallan

sábanas estiradas para proyectar

la película velada del sol:

una película que habla de felicidad

o cuanto menos

de la seguridad de un refugio.

Refugio del trasiego y los ruidos de la calle

nunca del horror.

A través de los visillos

el horror no se presupone.

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Me cuentan historias. Soldados

lanzando niños a través de las ventanas.

Soldados cortando barbas y patillas

a navaja, en la calle: carnavales de humillación.

Me cuentan historias, pero tu casa

no parece propiedad del infierno.

Está vieja, sí, y hay algún agujero de bala

bajo un alféizar, como marcas de los dedos de dios

al hundirse en barro sólido. Señalando

a los elegidos o a los condenados.

A pesar de todo, como todas las casas,

sigue teniendo algo

de tierno y de inexpugnable.

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Estoy bebiendo una cerveza.

No a mi salud, ni a la tuya.

¿Qué podría decir de ti?

De ti no tengo recuerdos

y siento pudor de imaginarte.

Tengo memoria de la humanidad.

Aún la tengo. Y tengo también una casa.

La recuerdo ahora: los platos

las sábanas, las cortinas:

tesoros que me delatan como ilusa propietaria.

Una puerta blindada: el foso

que ningún ejército ha puesto a prueba.

Pero más allá o más acá de las casas

hay un lugar. Un lugar que

aunque queramos compartir

aunque quieran invadir

no es un territorio ni una ruina.

Es el lugar al que escapaste

un segundo antes de que la puerta

fuera derribada. O un segundo después.

Cuando comprendiste que las casas

pueden parecernos un universo

pero ni siquiera son un país.

Y un grito en otro idioma abre

de par en par las ventanas

que lo expulsan a la calle como un vómito.

Las casas no pueden digerir

la violencia de los extraños.

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Tiene que haber un lugar.

El lugar que no me revela tu foto.

El lugar que otros no destruyen

con palabras o con bombas.

Rata allí no significa nada.

El dolor puede nublarlo

pero no lo tapia.

Es el gueto que levantamos

dentro de nosotros.

La tumba que elegimos ocupar.

No la que nos señalan.

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El búnker dentro de ti.

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ANA PÉREZ CAÑAMARES

El alma disponible

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