La pintura es poesía muda. La palabra itinerante o poesía es pintura que habla. Las copas después de un recital de poesía son esa espontanea con/versa que hila y traza coherencias y afinidades, matices, alcances, nomadeos, escuchas en la incómoda pregunta esencial que todo arte y todo ser se hace cuando en verdad le interesan lo humano, el(los) otros. Con una copa y complicidad se abren mundos, en este, desvelando ese quién somos entre quienes y para dónde va nuestra mano, ojo, paladar, resistencia. Deseo, curiosidad, empatía, generosidad, imprudencia, obsesiones, ternezas, heridas, detalles... ¿qué se le niega a una noche de copas?.
La onírica revelación, la magia de los intensos momentos, percibir la piel y oler la pasión y surgir con el lienzo ese irrefrenable, imposible, pero real, existir, que por su fascinante plasticidad y equilibrio nos llevan a un climax irretenible salvo en la obra que ahora eterniza la ahoridad sublime de los amantes.