lunes, 14 de julio de 2008

JUAN CARLOS MESTRE: Por la tradición de la otra poesía en riesgo y memoria futurible

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El nuevo poemario de Juan Carlos Mestre, La casa roja (Calambur, 2008) es una muestra viva e insurrecta de la otra poesía que se escribe, recita, resiste, deviene, sumerge y reune en memoria de lo futuro y en olvido de lo sobreabundado para desde ese no lugar que habita la palabra del poeta rebautizar el mundo y transgredir lo presentido en un afán libérrimo y erudito de caminar a la intemperie, sin el suplicio de obediencia al amo, sin la seguridad del techo canónico, en un nomadeo que concilia lejanías y destiempos, lo mítico y lo real, el sueño y la sutileza, lo improbable y lo pertinaz, con osada eclosión de metáforas visionarias e irracional lentitud. Diálogos con los vivos y muertos poetas coetáneos de la otra poesía en riesgo y memoria futurible exámen e irónico asalto a los fortines de la cultura, la moral(ina) y el poder que extiende tentáculos por todas las márgenes y centros de la vida contemporanea.

Un poemario que puede ser heredero de los legisladores (Shelley) así como de los cronistas (Milán) de la historia. En complicidad con Cirlot, Olvido, Talens, Nuñez, Varela, Paz, Gamoneda y otros que son la tradición que no traicionó, la sumergida y caudalosa mar, el primer olvido que se canta y cuenta en la música de los bienaventurados que condensan "lutos negros, porque de ellos será la última soga del relámpago, el primer peldaño en la escalera del descendimiento".


Víktor Gómez
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Página de Juan Carlos Mestre: http://www.juancarlosmestre.com/

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La casa roja

A Alexandra Domínguez


Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa donde los cardenales negros sacrifican papagayos a la voz del diluvio. El diluvio tiene las barbas blancas como el sauce de la jurisprudencia un domingo de bodas. Los predicadores aman la tempestad y golpean con sus Biblias de nácar la erección de los guardiamarinas. Las familias beben alcohol, se santiguan, recolectan insectos. El niño de la lámina se masturba plácidamente con la transparencia. La rosa de Jericó huele a vainilla. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa cuya ilusión está llena de peces, el pez de San Pedro, la conciencia del delfín encerrada en el aro de la bahía desierta. Lorenzo de Médicis tenía una casa roja, las maniquís de Bizancio tenían una casa roja. Mi corazón es una casa roja con escamas de vidrio, mi corazón es la caseta de los bañistas cuya eternidad es breve como columna de lágrimas.







El minotauro hace rodar sus ojos por el acantilado de las estrellas, la herida del anochecer hace su nido en la arena. Yo hablo con alas, yo hablo con humo de lo ardido y lava de diamante. La geometría bebe veneno, en el canto de los pájaros suena la armonía del baile de los muertos. En la casa roja hay una mesa blanca, en la mesa blanca hay una caja de plata con la nada del sábado. La intemperie gime contra los muros, la tristeza gime contra los mármoles. El profeta tuvo una casa de papiro a la orilla del lago, la muchacha del ghetto vivió en la casa de las preguntas. Mi mano izquierda luce un anillo de agua, en el camafeo de la supersticiosa brilla el mercurio de la temperatura. Lo que canto es lumbre, caballos lo que canto contra la aritmética y los números. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja, una casa bajo el índice del cielo y el negro nenúfar de la amante devota. El muchacho con ojos de ebonita ama la enfermedad y el rubí de los reyes.






Las mujeres hermosas sueñan con acuarelas, sueñan con garzas y volúmenes y súbitos prodigios sobre las alfombras de lana. Yo vivo extraviado entre dos rosas de sangre, la que tiñe la calamidad de impaciente belleza, la que tiñe la aurora con su astro eucarístico. Mi voluntad tiene la cólera del orfebre, mi capricho tiene el óxido de una frente de hierro. Nadie cruza los bosques malignos, nadie sobre la yerba de la muerte escucha el desconsolado discurso de las ceremonias asiduas. Yo veo el arco iris, yo veo la patria de los músicos y el olivo de los evangelios. Mi casa es una casa roja bajo la fibra de un rayo, mi casa es la visión y la beldad de una isla. Aquí cabe la gala del mandarín y la escrupulosa usura de las edades antiguas. Esta casa mira al norte hacia las lagunas de helechos, esta casa mira al sudeste azotada por el aliento de los que piden limosna.


Juan Carlos Mestre


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La Casa Roja, nuevo libro de Juan Carlos Mestre, inaugura una zona alucinada de apariciones y tensiones que simulan un resumidero formidable. La poesía, «caída ya en desgracia», abre sus puertas para que fantasmas y voces regresen vivos desde la catástrofe civil al lugar del que habían sido expulsados y comparezcan ante el asedio devastador de la ironía de una conciencia radicalmente despersonalizada. La Casa Roja hospeda los múltiples y mutables sujetos de la poesía contemporánea, sus discursos y hablantes que se enuncian, contradicen y superponen por medio de sucesivas máscaras productoras de la otredad. En estos poemas, la percepción funámbula y su representación delirante oscilan entre las más desgarradas encarnaciones de lo profético y la discontinuidad de la prosa del mundo; entre el resplandor del mito y la narrativa errática de los sucesos imaginarios tras el cruel asombro de la experiencia. Figura y fondo, imagen y contorno, movimiento y fijeza, origen y destino, fragmentan y desterritorializan la imagen del poeta, al que otorgan existencia por medio de reflejos, negaciones y ausencias. La escritura actualiza aquí los intentos de desmitificación de la vanguardia, poniendo en jaque la nomenclatura de las formas poéticas al uso y haciendo estallar las imágenes prototípicas establecidas por la tradición de lo lírico y el espejismo de la autoría, pedestal de toda autoridad estética. La Casa Roja, sin abandonar la raíz permanente de la mitología personal de Mestre, interroga a los más reveladores derroteros del pensamiento poético contemporáneo, en un diálogo crítico y ético apasionante.

Javier Bello










ELLAS



Todas íbamos a ser reinas...




Gabriela Mistral







Posiblemente se acaben de levantar y oigan a lo lejos un olor a pájaros dormidos. Posiblemente todo lo que era el mundo, hierba y galaxia, aún es sueño. Saben planchar, posiblemente dan de comer a hijos que no son suyos. Vuelven insignificantes a la vida, regresan al suburbio donde pensaron algún día no estar solas, ser As de Corazones, entre las manos de crupier del sábado. Quitan el polvo a libros que jamás leerán, cambian las sábanas del catre donde se amaron otros. Nadie sabe qué dios de las pequeñas cosas aún les hace sonreir en las fotografías. Caminan hacia el metro, beatrices de Dante, julietas, lisas marías di noldo gherardini. Sobreviven sin culpa, ávidas, fervientes, despreciadas. Posiblemente odian, posiblemente sueñan.




Juan Carlos Mestre

EDUARDO GALEANO: Espejos




"Espejos" muestra una historia casi universal
del mundo, al modo singular de Eduardo Galeano,
fijándose con puntillosa y crítica mirada
en los desaparecidos, en los ninguneados
y en los intencionadamente acallados con una
fina y afilada inteligencia que como una espada
corta por sus dos filos: humor y amor.

Humor que rebélase contra la ignominia y olvido;
Amor que se levanta airado contra la mentira y el dolor.

Se reflejan en espejos innúmeros los accidentes
y los desastres, las pérdidas, las derrotas y los miedos,
también las infamias y contra ellas la resistencia
de muchos olvidados de los historiadores, recordados
por los poetas, recordados por los invisibles, recordados
por los veraces y desacreditados narradores de la historia,
entre los que Galeano ocupa un lugar inexpugnable (o casi).

Víktor Gómez





Todos eramos negros, Adan y Eva, Caín y Abel...





Yo siento que la maestría en el arte de narrar
nació del miedo de morir
y después celebró para siempre
la alegría de vivir
y que el arte de narrar tuvo mandamientos
dictados por Sherezade
y que el primero de esos mandamientos dice
PROHIBIDO ABURRIR.

Eduardo Galeano