lunes, 14 de enero de 2008

ANTONIO MENDEZ RUBIO publica en La Torre del Virrey; "La caja de Pandora: dialogía y crítica a partir del Quijote (I)"

Un genial artículo sobre el Quijote, lectura crítica, por Antonio Méndez en la revista valenciana La Torre del Virrey




Se ha convertido en un tópico la idea de que la novela de Miguel de Cervantes El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605-
1615) representa un anticipo o germen de la modernidad.
Se habla incluso de “la primera novela moderna” para definir las aventuras de Don Quijote y su escudero Sancho Panza en un mundo que empezaba a mostrar los primeros síntomas de transición hacia una sociedad nueva, más dinámica, individualista y libre. Sin embargo, se ha insistido menos en una lectura del Quijote menos altisonante y menos adaptable a los consensos ideológicos e institucionales de la cultura contemporánea.
Desde esta óptica crítica y autocrítica más bien podríamos encontrarnos no ya ante un primer esbozo de la modernidad canónica sino, al contrario,
ante un intempestivo ejercicio de crítica de los presupuestos autoritarios de esa misma modernidad oficial. Hablaríamos entonces de una especie de caja de Pandora, en referencia mítica al origen de todos los males, pero también (en el primer significado griego) de “todos los dones”. Dicho con una imagen: no es posible retener en un recipiente seguro esos fantasmas
y espectros terribles, no pueden quedarse dentro, se abalanzan y dispersan sin un orden previo, se proyectan siempre hacia un exterior inquietante, inestable, alborotan, vuelven, se van. Se salen sin remedio de sus casillas.


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1. Por una ley básica de la percepción, aquello que está más cerca de los ojos no es necesariamente lo más disponible para ser reconocido por la vista: lo más evidente no es siempre lo más visible ni acaso pueda llegar a serlo nunca. Esto puede estar pasando por ejemplo con la cuestión de la dialogía como raíz poética y política del Quijote. Si por Bajtín (1986)
pudimos reconocer hasta qué punto el dialogismo está en la raíz del lenguaje narrativo, no es menos cierto que, como mínimo desde Voloshinov (1992), sabemos que el pulso de la dialogía constituye incluso
la existencia y la práctica de todo lenguaje como territorio común entre hablante y oyente. El lenguaje, desde ahí, puede ser concebido como lugar donde el principio de propiedad no es pertinente. No extraña, en fin, que se haya insistido y recientemente se haya dejado escrito que el Quijote es un “foro dialogante” donde “un lenguaje ilumina a otro lenguaje. Nadie es
dueño absoluto de las palabras”.1


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Desde el punto de vista de la tradición literaria, el Quijote no sólo recoge las primeras semillas de la novela dialogada en la Europa premoderna, sino que impulsa esa tendencia mediante la intensificación de un “diálogo
activo” (según Claudio Guillén), intertextual e intergenérico, como se sabe asimismo, con las narrativas más vivas de aquel momento y su pasado reciente: fundamentalmente libros de caballerías, relatos pastoriles
y novela picaresca. De ahí el resultado: esa suerte de antigénero autorreflexivo y plurilógico, arraigado en lo popular de una forma que será difícilmente viable dos siglos después con la subordinación de la novela
(del género narrativo) a las pautas pragmáticas de la institución de la Literatura. Así, una vez encapsulada la crisis en la categoría moderna de Literatura, sólo habría que dejar pasar el tiempo para poner en marcha,
a gran escala, los mecanismos de nacionalización, cosificación y fetichización que impulsan los fastos estatales y comerciales del IV Centenario (2005). Esa situación de consenso público recurrente, en fin, no es seguro que neutralice de una vez por todas la táctica anticoagulante y disolvente (esto es, antipropagandística) de la escritura cervantina en los orígenes de una modernidad contradictoria y conflictiva.2


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1 C. FUENTES, ‘Elogio de la incertidumbre’, EL PAÍS, Babelia, 23 de abril de 2005, pp. 10-11.


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2 J. TALENS, Through the Shattering Glass: Cervantes and the Dialogic World, The University of Minnesota Press, Minneapolis, 1992.




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