domingo, 16 de diciembre de 2007

IVAN MARISCAL, miembro de La Palabra Itinerante

El poetarock, el complice, el itinerante de la palabra, el cazador de mariposas.



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Lección de gramática (*)


(Iván Mariscal)


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Cansancio de poner paréntesis a mi sonrisa

y diéresis al reguero de la tristeza.

Ansia de puntos suspensivos, nunca finales,

justo detrás de tu nombre en mis labios.

O de lo que quizá es más importante-

sí, sin duda, lo más importante-

deseo de mayúsculas en toda la frase.


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Extraido del blog:



pertenece a una serie que el jerezano Ivan llama "poemas que yo canto" y que según él mismo comenta:


Inauguro aquí una nueva sección donde procuraré ir poco a poco colgando los textos de algunas de mis canciones. En su mayoría, son creaciones de diferentes miembros de La Palabra Itinerante, colectivo al que como sabéis y ya dije más abajo pertenezco, que luego musico. Debajo del título pondré el autor o autores del poema.


Empiezo con una canción (*) que ya no suelo tocar y una de las pocas cuya autoría textual es mía. Sin embargo, es una canción a la que le tengo mucho cariño y cuyo mensaje me conviene recordar en estos días de incertidumbre, cuando con los primeros fríos uno nota un humilde pero terco desamparo.


JUAN CARLOS MESTRE: La tumba de Keats - - - (fotografias de Robés)

The poetry of earth is never dead
John Keats

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I

Esto sucede ante la hora izquierda en que mi vida,
violenta juventud contra el poder de un príncipe,
llama jauría a la verdad y belleza a los puentes derrumbados.
Llama flor del frío a la tumba de los náufragos,
astrolabio muerto a la nieve de los locos.





Hornea un talco negro el hambre de la muerte,
la edad de los sentidos, el obstinado aliento
de la cansada luz de octubre en el baúl de abejas.
Brota sobre esta duna blanca la vehemente hierba de las islas,
la implacable hormiga en el blando bulbo de la boca helada.
Con guantes de forense sale la noche verde de su estuche
y la tempestad retumba por el otoño roto de las ánforas.
Tiene aquí mi corazón la edad del mundo,
el pez de piedra bajo el que los recién nacidos duermen.



Sufre el impaciente un reloj de sol bajo los párpados,
la aguja inmóvil como retina fría de los caballos muertos.
Mi vida es el temblor del consternado y el indigente ciego,
la constelación del triste en un festín de víctimas.
No conozco otra conciencia que la oscuridad translúcida,
la sábana de vidrio sobre la que la infernal razón se acuesta.
Vivo separado del rumbo de las cosas, hablo el miedo
de un heredero alzado contra el funesto monarca de las ciénagas.
No espero nada de los dioses, nada de la memorable epidemia de sus jueces.
Soy distinto ante el esclavo y el enano, soy el mismo suplicante y el eunuco.
Soy el transeúnte de la atmósfera, el anhelante oscuro del relámpago.
Oigo voces, oigo al temeroso y al anciano, sé que un caballo es un momento.
Oigo pasos, oigo el lastimoso trueno que al perenne huérfano perturba.
Tengo por amigo al penitente mar y al anticuado otoño,
amo la imperturbable soledad del hombre y la confidencia de los pájaros.
Llamo inalcanzable a la distancia que hay entre dos cuerpos,
alternativamente invado el país del fracaso y el suelo natal de la victoria.
Fui adolescente y me envenené con lumbre, fui déspota incansable
contra la vanidad que hastía la fiesta de los cuerpos.



No he llegado más lejos de mí mismo que una moneda del avaro está de otra,
considero estéril el invierno, considero el azul imprescindible.
Me ocupo con horror de los esfuerzos que hace cada día el sol por elogiar la tierra,
siento simpatía por el primitivo lúcido y por el débil infeliz metódico.
Prefiero la melancolía del cobarde a la furia invencible de los héroes, prefiero el desamparo de los campos a la rígida ambición de los sepulcros. Dios está cansado de escucharnos, están cansados los hombres y los perros,
la nostalgia es una canoa a la deriva por el río blanco de la muerte.
*

Escrito durante la estancia del poeta leonés en Italia, entre octubre de 1997 y 1998, como becario de la Academia de España en Roma.
Éste es el principio del poemario que más lentamente leeré estas próximas tres semanas.

John Berger: miedo a ser otro

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Quienes creen que el arte es transportable, intemporal, universal, son quienes menos lo comprenden. Ponen una escultura hindú al lado de un Miguel Ángel y se maravillan ante el hecho de que en ambos casos la mujer tenga dos pechos. Sin embargo, son precisamente las diferencias las que son esenciales para nuestro sentido de la fraternidad. Cada cual trabaja con unos objetivos diferentes, presionado por diferentes circunstancias; algunas son personales; pero la mayoría son sociales e históricas. Si no aceptamos estas diferencias, nunca podremos aceptar que los logros no pueden ser los mismos.



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Si uno escucha con suficiente atención, si se inclina lo bastante para oír a alguien cuya experiencia es totalmente distinta de la propia, puede hablar en su nombre y, además, con veracidad. Esto era algo que a mediados de siglo sabía todo el mundo, por supuesto. Pero entonces se empezó a decir que nadie tiene el derecho de escribir sobre lo que no conoce por propia experiencia. La autobiografía novelada se convirtió en la regla dorada del momento.


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Extra: Antonio Gamoneda confiesa:


-------------- Si la expresión del sufrimiento no produjese placer, yo habría respetado mucho a Nazim, pero no habría gastado mi tiempo tratando de sentirle en mi lengua.


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BLANCA VARELA: la herida de la inteligencia


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CURRICULUM VITAE

digamos que ganaste la carrera
y que el premio
era otra carrera
que no bebiste el vino de la victoria
sino tu propia sal
que jamás escondiste vítores
sin ladridos de perros
y que su sombra
tu propia sombra
fue tu única
y desleal competidora

Blanca Varela


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¿Será el amor, en su más sensible y estremecida vivencia, la herida que no se cierra, la herida invisible y fecunda?


¿Será, Blanca, la herida de la inteligencia?

No se,
oígo tu voz,
-------------------- vengo por mis silencios desde tu dolencia
y tan extrema quietud
parte la noche que
--------------------------- el único latido es ,ahora es, compasión
de tu inocencia que regresa
del dolor.



Víktor Gómez

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Lentos círculos, infinitas islas en un mar interior que gira sin pérdida ni ganancia.


Llegar a eso. Al inexplicable balcón sobre la noche silenciosa y desvelada. Retroceder hacia la luz es volver a la muerte. El reloj vuelve a dar las horas perdidas.





Blanca Varela






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