viernes, 4 de mayo de 2007

POESIA ANONIMA AFRICANA


POEMA ZULU


El cuerpo muere, el alma sigue joven

El alimento servido desgasta la vasija

Ningún leño conserva su corteza cuando envejece

Ningún amante está tranquilo

Mientras llora su rival.



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POEMA BANTÚ


Las lejanas montañas te ocultan de mí,

Mientras se me enciman las cercanas

Si yo tuviera un pesado martillo

Para aplastar las montañas cercanas.

Si yo tuviera alas como un pájaro

Para volar sobre aquellas más lejanas.

HAY ESPERANZA, que no te mientan


Existe: Una ONG que trabaja con la música por facilitar a los niños una educación, una experiencia y una afectividad que les posibiliten una vida lograda en los próximos años. Un reto no imposible.





El proyecto Música Para Salvar Vidas ha devuelto la sonrisa a los niños del coro de Uganda (Jorge París)





Salvar vidas por medio de la música. Ese es el objetivo de un proyecto que busca rescatar la dignidad humana de niños huérfanos, maltratados o abandonados, condenados a vivir en la miseria el resto de sus días y expuestos a la corrupción, el robo y el abuso.





Saben que están de paso, que en unos días volverán a Uganda. Pero estos veinte chicos del coro de Música Para Salvar Vidas no están tristes. Son conscientes de que allí, tener acceso a una formación profesional y vivir en una casa en la que no les falta de nada les convierte en privilegiados, por lo que el agradecimiento no les permite perder el brillo en sus ojos.





Conocen las reglas. Cuando se hayan labrado un futuro y sean capaces de valerse por sí mismos en su país deberán dejar paso en el coro a otros niños que también necesiten ayuda.



Más información en la ONG Basida



http://www.20minutos.es/noticia/227283/0/musica/salva/vidas/

http://www.basida.org/

CARLOS EDMUNDO DE ORY


Persona non grata





Le hicieron saber oficialmente

que le será prohibido hablar

y le instan a abandonar el territorio


No dijo nada y sonrío

Estaba mudo

Pasó la puerta despacio

sin sombre y sin corbata




Carlos Edmundo de Ory

RAUL ZURITA: GRANDIOSA VOZ CHILENA


"SE HA DESPERTADO MI CORAZÓN" del poeta Mapuche Leonel Lienlaf



Raul Zurita, poeta chileno


El río de mi corazón


Es un mito mapuche de creación que me contó Leonel Lienlaf, el maravilloso poeta de "Se ha despertado el ave de mi corazón":




"Al comienzo estaba el Ser, Ngechen. Pero se sentía solo y entonces lanzó a su hijo a la oscuridad para que creara el mundo. Pero lo lanzó tan fuerte que su hijo al chocar contra la oscuridad quedó aturdido. Entonces Ngechen mandó a su mujer para que lo despertara. Ella le despertó primero la frente y de allí se formó el cielo, y al despertarle los ojos todas las estrellas, luego le despertó los pómulos y surgió la tierra y al despertarle la boca se formaron los pájaros y el resto de los animales sonoros. Cuando le despertó los brazos se formaron las montañas, con los dedos se formaron los ríos y al despertarle el torso se formó el mar. Pero se le olvidó despertarle el corazón y éste tuvo que despertarse solo, de allí nació el hombre que anda todavía medio dormido y no entiende, porque llegó tarde y por eso está condenado a pensar y a temerle a la muerte".




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La destrucción del entorno, el envenenamiento de los ríos y de los mares, la tala de los bosques son las últimas fases del olvido de un ritmo en el cual todas las cosas se concebían como parte de la creación y que los pueblos que primero habitaron esta tierra percibieron en toda su belleza. En un tiempo previo a la escritura, los seres se sentían ligados íntimamente con la totalidad del cosmos. Los astros estaban unidos a ellos como los animales, los ríos, los árboles. La pérdida de esa experiencia ha sido trágica.




Pienso que las sondas que se envían al espacio y que la búsqueda de las señales de radio hablan de una nostalgia infinita. De una reminiscencia de esa hermandad donde el hombre se sentía parte del todo. También Lienlaf me decía que los mapuches a diferencia de los mayas, de los incas, de los aztecas, no construyeron ciudades porque cada vez que se construye una ciudad se mata un río.Creo que todo está dicho allí. Lo que estamos matando es el río del universo, el río que posibilitó nuestra existencia para que participásemos también de ese diálogo general que mantienen las cosas entre sí, desde el polvo y los pastos hasta las más lejanas galaxias. Si muere ese río habremos perdido la oportunidad de seguir siendo partícipes de esa maravilla.




Es simple: la maravilla pervivirá , sólo que ya no existirá para nosotros.








* El autor es poeta chileno.


LAS PEQUEÑAS VIRTUDES de Natalia Ginzburg: Recomendada lectura mayor








Este librito que recoje once breves ensayos de la autora escritos entre 1944 (Invierno en los Abruzos) y 1960 (La maison Volpé) son una muestra de la sutileza y garra de una escritora que supo volcar en su escritura una inteligente relectura vital del acontecer diario. Sacude entre la belleza y la nostalgia esa abierta herida y ese estupor del ser y sus problemas, del vivir y sus conflictos, de la felicidad y su imposible necesario. Altamente recomendable. Una buena lectura para las ya más largas tarde de mayo.

V. G.






Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito sino el deseo de ser y de saber.
Sin embargo, casi siempre hacemos lo contrario. Nos apresuramos a enseñarles el respeto a las pequeñas virtudes, fundando en ellas todo nuestro sistema educativo. De esta manera elegimos el camino más cómodo, porque las pequeñas virtudes no encierran ningún peligro material, es más, nos protegen de los golpes de la suerte. Olvidamos enseñar las grandes virtudes, y sin embargo, las amamos, y quisiéramos que nuestros hijos las tuviesen, pero abrigamos la esperanza de que broten espontáneamente en su ánimo, un día futuro, pues las consideramos de naturaleza instintiva, mientras que las otras, las pequeñas, nos parecen el fruto de una reflexión, de un cálculo, y por eso pensamos que es absolutamente necesario enseñarlas.


En realidad, la diferencia es sólo aparente. También las pequeñas virtudes provienen de lo más profundo de nuestro instinto, de un instinto en el que la razón no habla, un instinto al que me resultaría difícil poner nombre. Y lo mejor de nosotros está en ese mudo instinto, y no en nuestro instinto de defensa, que argumenta, sentencia, diserta con la voz de la razón.

La educación no es más que una cierta relación que establecemos entre nosotros y nuestros hijos, un cierto clima en el que florecen los sentimientos, los instintos, los pensamientos. Ahora bien, yo creo que un clima inspirado por completo en el respeto a las pequeñas virtudes hace madurar insensiblemente para el cinismo, para el miedo a vivir. Las pequeñas virtudes en sí mismas no tienen nada que ver con el cinismo, con el miedo a vivir, pero todas juntas, y sin las grandes, generan una atmósfera que lleva a esas consecuencias. No quiero decir que las pequeñas virtudes, en sí mismas, sean despreciables, sino que su valor es de importancia complementaria y no sustancial, no pueden estar solas sin las otras, y solas sin las otras son pobre alimento para la naturaleza humana. El hombre puede encontrar a su alrededor y beber del aire la manera de ejercitar las pequeñas virtudes, en medida moderada y cuando sea del todo indispensable, porque las pequeñas virtudes son de un orden muy común y difundido entre los hombres. Pero las grandes virtudes no se respiran en el aire, y deben constituir la primera sustancia de la relación con nuestros hijos, el principal fundamento de la educación. Además, lo grande puede contener también lo pequeño, pero lo pequeño, por ley de la naturaleza, no puede de ninguna manera contener lo grande.
Natalia Ginzburg

NATALIA GINZBURG vista por Leo Brizuela


Natalia con Italo calvino



Natalia con su primer marido




Natalia Ginzburg (1916-1991), acaso la más grande novelista de la literatura italiana, compuso sólo dos poemas a lo largo de su vida: el primero en 1943, a la memoria de su primer marido Leone Ginzburg, intelectual y militante antifascista, capturado por los nazis y torturado en la cárcel de Regina Coeli.







Sola en medio de la multitud que festeja la liberación, Ginzburg recuerda con extrema sobriedad el acto de descorrer la sábana que cubre el cadáver para un reconocimiento más profundo: ya nunca, ni ella ni su escritura, volverán a ser lo que eran.







El segundo poema, que acaba de aparecer incluido en una biografía de la autora y que reproducimos más abajo, fue escrito hacia el final de su vida, cuando ya había dado por terminada su obra novelística, y revela, apenas indirectamente, la razón de la mirada que había vuelto únicas cada una de sus páginas, aun más lacónicas y misteriosas que las del propio Chejov: una mirada desolada y misericordiosa a la vez; implacable y, por sobre todo, respetuosa del misterio de cada existencia.








Por Leopoldo Brizuela

Un poema de Natalia Ginzburg

No podemos saberlo. Nadie lo ha dicho.
Quizás allá no quede más que una red desfondada,
cuatro sillas de paja desflecadas y una galleta vieja
mordida de ratones. Es posible que Dios sea un ratón
y que corra a esconderse tan pronto nos vea entrar.
Y es posible que en cambio sea esa galleta vieja
mordisqueada y mohosa. No podemos saber.

Quizá Dios tiene miedo de nosotros y escape, y largamente
deberemos llamarlo y llamarlo con los nombres más dulces
para inducirlo a volver. Desde un punto lejano del cuarto
él nos mirará fijo, inmóvil.

Quizá Dios es pequeño como un grano de polvo,
y podremos verlo solamente al microscopio,
minúscula sombra azul detrás del cristalito, minúscula
ala negra perdida en la noche del microscopio,
y nosotros allí en pie, mudos, contemplándolo, en vilo.

Quizá Dios es grande como el mar, y lanza espuma y truena.
Quizá Dios es frío como el viento de invierno,
tal vez brama y retumba en un rumor que ensordece,
y deberemos llevar las manos a los oídos,
y agachados, temblando, replegarnos al suelo.












No podemos saber cómo es Dios. Y de todas las cosas
que quisiéramos saber, esta es la única verdaderamente esencial.
Quizá Dios es tedioso, tedioso como la lluvia
y aquel paraíso suyo es un tedio mortal.

Quizá Dios tiene anteojos negros, un echarpe de seda,
dos mastines a los flancos. Quizás use polainas
y está sentado en un rincón y no dice palabra.

Quizá tiene el pelo teñido, una radio a transistores
y se broncea las piernas en la terraza de un rascacielos.
No podemos saber. Ninguno sabe nada.
Quizá no bien lleguemos nos mandará al espacio
a comprarle pan, salame y una damajuana de vino.

Quizá Dios es tedioso, tedioso como la lluvia
y aquel paraíso suyo es la consabida música
un revolar de velos, de plumas, y de nubes
y un aroma de lirios y un tedio de muerte,
y cada tanto una media palabra para pasar el tiempo.
Quizá Dios es dos, una réplica de esposos
librados al sopor de una mesa de hotel.








Quizá Dios no tiene tiempo. Dirá que nos vayamos
y volvamos más tarde. Nosotros nos iremos de paseo,
nos sentaremos sobre un banco a contar trenes que pasan,
las hormigas, los pájaros, las naves. De aquella alta ventana
Dios se asomará a mirar las calles y la noche.
No podemos saber. Nadie lo sabe.
Es posible incluso que Dios tenga hambre y nos toque saciarlo,
quizás muere de hambre, y tiene frío, y tiembla de fiebre,
bajo una manta sucia, infestada de pulgas
y deberemos correr en busca de leche y de leña,
y telefonear a un médico, y quién sabe si a tiempo
encontraremos un teléfono, y la guía,
y el número en la noche demente,
quién sabe si tenderemos suficiente dinero.
Natalia