jueves, 23 de agosto de 2007

Aproximación a la obra de ANTONIO GAMONEDA

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ESPACIO DE LO INCREÍBLE


Al parecer, una vez le preguntaron a Richard Wagner quién era el mejor músico de todos los tiempos, y él respondió: “Yo mismo”. “Y entonces”, siguió su interlocutor, “¿qué lugar ocupa para usted Beethoven?”. A lo que Wagner contestó, como en una pausa, algo así: “Ah, bueno, Beethoven no es un músico, Beethoven es la música”. Pues bien, más allá de cualquier absurdo e improbable ranking, quisiera empezar diciendo que la excepcionalidad de la obra de Antonio Gamoneda puede estar radicando en la fuerza con que atrae la atención no sobre la personalidad de un poeta sino sobre la necesidad de la poesía. Y hay otra cita que quisiera traer hasta aquí, ésta del propio Antonio Gamoneda. Con motivo de la reciente y feliz entrega del Premio Cervantes declaraba Gamoneda que ese momento participaba, para él, del “espacio de lo increíble”. ¿Y cómo, por mi parte, no hablar de esa manera ahora? ¿No tiene que ver con lo increíble que estemos ahora y aquí viéndonos, escuchándonos, juntos? Pero, por encima de todo, ¿no tiene que ver con el espacio de lo increíble la poesía de Antonio Gamoneda?

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Es ésta una pregunta no sólo celebratoria, no sólo retórica. Hay en ella un resto de certeza, la huella de otras preguntas menos sonoras, probablemente silenciosas. Quiero decir que es la propia escritura de Antonio Gamoneda la que nos convoca a un lugar increíble, a una posición inaudita, no oída, fuera de lo previsto, fuera del deseo de obviedad que a menudo y, cómo no, por efecto del miedo, parece latir en el fondo de nuestros corazones. Esta poesía nos ayuda a salir, nos saca al aire, y a la sombra del aire, nos expone.

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Ese lugar es, menos que un destino, un punto de partida. Y ese lugar es el lugar de la muerte. Escribía Hermann Broch que la poesía es “la más extraña de todas las actividades humanas, la única que sirve para el conocimiento de la muerte”. Lo que pasa, sin embargo, con la escritura de Gamoneda, como él ha subrayado muchas veces, es que es una poesía escrita “desde la perspectiva de la muerte”, esto es, que no es la muerte aquello de lo que en ella se habla, o por lo menos no es así ni siempre ni necesariamente, sino que la muerte es el lugar desde el que esta poesía se escribe, desde donde estos poemas pueden y deberían leerse. Hablar de la muerte es relativamente asequible, incluso por momentos reconfortante. Pero ¿cuántas veces, a lo largo de toda una vida, seremos capaces de hablar desde la perspectiva de la muerte? ¿Hay algún otro sitio más lejos del miedo?

Por lo demás, de este inseguro trayecto hay pruebas. Más que inminente es el título Lápidas (1987), donde la muerte es una vivencia tan personal como compartida, tan material como impersonal, igual que la memoria y que también el olvido. Como se había anticipado sin remedio diez años antes en Descripción de la mentira (1977), en esa fase de la escritura de Gamoneda, la precariedad de lo real es ya tan intensa, está tan disponible, que sólo se puede hacer cargo de ella una nueva precariedad de la forma, como así se ve en el recurso a la prosa y al versículo, a la constelación de líneas que desbloquea la sintaxis, al tiempo que nos libera (como asimismo ocurre en René Char, o con otros medios en García Lorca) de nuestro enclave en el mundo, sea éste de la naturaleza que sea.







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En estos libros, como en toda la obra poética de Gamoneda, la muerte se distancia de sus velos trascendentes, de sus supuestas galas, para volverse cotidiana, común. Omnia sunt communia, gritaban las revueltas de los humildes en la baja Edad Media. Todas las cosas son comunes. Y también en esta poesía está ese rastro agonizante de los invisibles, la luz de nadie, esa causa de amor pendiente, “aquel olvido lleno de sangre”. Y está ese pulso de revuelta, de subversión por el dolor, por la pobreza. Ya se apuntaba en Sublevación inmóvil (1960): “Mas la miseria tiene / una fuerza: el dolor.” Y ya se recalca en 1977: “En este país, en este tiempo…” (…) “cuanto ha sucedido no es más que destrucción”. Versos como éstos (o como éstos de Lápidas: “de tanta muerte como has muerto, España…”), que resuenan contra el fondo de una presunta transición democrática, eufórica y normalizadora, quizá podrían ayudarnos a tomar precauciones contra cualquier esbozo, ya sea o no asumido, de estatalización de la escritura de Gamoneda. Después de todas las destrucciones, de todas las separaciones, y todavía en su interior, va a quedar no obstante a la intemperie, imborrado, el murmullo oscuro y dulce de la desaparición. Con razón dice Miguel Casado que la reivindicación política es en esta escritura “apenas formulable”, pues, asimismo, esa voz (que dice eso) es apenas visible, apenas audible, por mucho que los altavoces la amplifiquen. Por lo demás, en ese núcleo poético crecen las elipsis, de modo que esta poesía hace con los acontecimientos históricos lo mismo que la realidad, pero a la inversa: los reconoce desaparecidos, pero para contemplarlos entonces en todo el frío de su espectralidad. No es extraño que la tradición realista no se haya sentido segura al confrontarse con esta mirada demasiado embelesada, demasiado inquietante.





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Y hay todavía otro título apenas entrevisto: elíptico. Me refiero a Mortal 1936, serie editada en 1994 por la Asamblea de Extremadura. Extremadura, “país del dolor”, como se dice en un último verso. En este sentido, hoy se habla en voz alta de memoria histórica, sólo que eso confirma lo que no se dice: que no hay forma de recordar lo que no se vio, y que ahí la memoria puede tapar el centro de un hueco infinito. ¿Quién se acuerda, y de quién, cuando una figura ya casi espectral corre atravesando matas por la noche entre Llerena y Reina, o se esconde con niños despiertos justo detrás de las zarzas, antes de la madrugada, a medio camino entre Valverde y Fuente del Arco? Así ocurría para quienes siguieron vivos, se dice, con la que se viene llamando La Columna de los Ocho Mil. Allí terminó su aventura de miedo. Allí empezaría más tarde la biografía de uno entre tantos, la huida del lugar y de la pobreza. Esa huida imposible, por qué no decirlo, como lo ha dicho Antonio Gamoneda al escribir: “la imposibilidad es nuestra iglesia”.

¿Quién creerá esas historias ni siquiera soñadas, no contadas sino en los caminos? ¿A quién le quedarán oídos, esperanza, vergüenza?

Leemos en Gamoneda: “¿Quién habla aún al corazón abrasado cuando la cobardía ha puesto nombre a todas las cosas?”. Una cosa está clara, Antonio: tu poesía. Gracias, Antonio, te saludamos. Contigo es al revés: quienes vienen de morir te saludan. Desde esa muerte, y desde ese querer-aún-vivir, abandonado por lo común, abandonados en lo común, te debemos por lo menos un abrazo.

---------------------- Antonio Méndez Rubio


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Para Antonio Méndez

Siempre el alma del poeta brilla ante lo sublime y lo eterno.

Antonio has dibujado un perfil
y has logrado la perfecta sincronización, entre la poesía y su atur. Antonio Gamoneda.

Como el agua se delizan tus palabras por el puente de las letras y el buen hacer que garantiza una grata e intensa lectura.

Felicitaciones amigo.

Carmen albertus

Víktor Gómez Valentinos dijo...

Carmen Albertus:

compa, es una afinidad involuntaria, un transpirar acompasado, una laridad interna que los reune, como vecinos de una misma ceguera, de un dolor compartido, de una resistencia insumisa lo que posibilita la comunión de intenciones, la proximidad de letras entre los dos Antonios.

Gracias Carmen por tu visita.

Un besote

Tu Victor