jueves, 28 de junio de 2007

OTRA POESIA ES POSIBLE

Tras leer "Poesía en pie de paz" publicado por PRE-TEXTOS me replanteo el asunto crucial del binomio poesía-compromiso social y constato que no es posible la neutralidad, ni vale todo ni hay posibilidad de obviar las vanguardias del discurso critico y antisistema, deliberativo y anti-Imperialismo. Lo mío en cualquier caso es una lectura desinformada, o poco instruida. Más intuitiva que científica. No hay rigor sino presentimientos y simpatías. Por eso os acompaño un texto a mi juicio valioso. Es una postura. Es un planteamiento serio. Que cada cual lea y compare, contraste con lo escrito por Luis Bagué Quílez. Recordando a Ponge "tomar partido por las cosas" yo creo tener claro que "Otra poesía es posible". El tiempo dirá, pero no actuará. Quienes hemos de actuar somos cada uno de nosotros.

Un abrazo a todas y todos,

Vuestro

Víktor Gómez





Otra poesía es posible.

La cuestión del sujeto y la crítica social en la poesía reciente.

Antonio Méndez Rubio.

Los debates sobre poesía y política no dejan de ser un signo de los tiempos. Entre sus premisas, hemos heredado algunas tan amplias que dificultan un planteamiento ajustado a los casos concretos, al tiempo que tienden a bloquear la posibilidad de realizar distinciones y plantear argumentos no reducidos al simple pre-juicio acrítico.


Estoy pensando en el uso de tópicos generales como son las ideas de compromiso, lo social, reflejo de la realidad... como si de hecho fuera posible alguna práctica (poética en este caso) que no estuviera condicionada por (y condicionando) el mundo del que forma parte necesaria. En este sentido, es importante no olvidar que el punto no es entonces si compromiso-sí o compromiso-no, si reflejo de la realidad-sí o no, etc. sino, a la vista de la ingenuidad de este tipo de negaciones, indagar entre formas distintas de entender las relaciones entre poesía y sociedad, es decir, reconocer y afrontar las diferencias en cuanto a cómo concebimos nuestro estar en el mundo. Sería un error ver como opción lo que es necesidad: toda poesía se compromete de una u otra manera con el estado de las cosas, pero no siempre se trata de un compromiso con una visión crítica y transformadora. Por eso lo que necesitamos es abordar el tema de las maneras de ver, teniendo en cuenta que, en un mundo catastrófico, vuelve a ser actual la afirmación de Adorno: "Nada hay que sea inofensivo"

(1)Puntos de partida.Desde el punto de vista de los precedentes histórico-literarios más inmediatos puede decirse que la cuestión ha girado en torno al eje del realismo. Desde el período de la posguerra española, y hasta la década de los años sesenta, los enfrentamientos poético-políticos equipararon la crítica social con una visión estrictamente realista. Se dejaba así de lado la lección humilde que en el resto de Europa habían dado las vanguardias: que de un mundo en estado crítico sólo se puede hacer cargo un lenguaje en crisis, problematizado, autorreflexivo. En buena medida, la generación poética del 70 reavivó este principio desde múltiples ángulos (Martínez Sarrión, Vázquez Montalbán, Ullán, L. M. Panero, Talens, Azúa, Carnero, Núñez...) pero su recepción, y su propia evolución en muchos casos, son muestras de hasta qué punto se trata de una cuestión pendiente.

Ya entrando en los años ochenta el realismo narrativo, en efecto, resurgió articulado con propuestas ideológicas explícitamente de izquierdas. Sin embargo, su tradicionalismo formal ayudó a que esas nuevas poéticas terminaran confluyendo con las vertientes más conservadoras del panorama contemporáneo. Esta evolución de la llamada poesía de la experiencia, tan próxima al significado real de una transición política donde el socialismo y el comunismo de estado (o de partido) han experimentado mayoritariamente esa misma ambigüedad, fue objeto de análisis crítico por parte del equipo Alicia Bajo Cero. En su estudio Poesía y poder (1997) Alicia Bajo Cero desmontaba en detalle este fenómeno ideológico que venía caracterizando el período de euforia figurativa, datable entre 1985 y 1995. No es sorprendente que este ejercicio de crítica a contracorriente fuera mal recibido e incluso sistemáticamente silenciado por los baluartes de la opinión pública. Poesía y poder fue tratado como un ejemplo perfecto de aquello que, entre otras cosas, denunciaba: una dinámica institucional, poética y "crítica", no tan preparada para la reflexión y el diálogo como para la propaganda y la publicidad (1).

Puntos de partida.

Desde el punto de vista de los precedentes histórico-literarios más inmediatos puede decirse que la cuestión ha girado en torno al eje del realismo. Desde el período de la posguerra española, y hasta la década de los años sesenta, los enfrentamientos poético-políticos equipararon la crítica social con una visión estrictamente realista. Se dejaba así de lado la lección humilde que en el resto de Europa habían dado las vanguardias: que de un mundo en estado crítico sólo se puede hacer cargo un lenguaje en crisis, problematizado, autorreflexivo. En buena medida, la generación poética del 70 reavivó este principio desde múltiples ángulos (Martínez Sarrión, Vázquez Montalbán, Ullán, L. M. Panero, Talens, Azúa, Carnero, Núñez...) pero su recepción, y su propia evolución en muchos casos, son muestras de hasta qué punto se trata de una cuestión pendiente.




Ya entrando en los años ochenta el realismo narrativo, en efecto, resurgió articulado con propuestas ideológicas explícitamente de izquierdas (2). Sin embargo, su tradicionalismo formal ayudó a que esas nuevas poéticas terminaran confluyendo con las vertientes más conservadoras del panorama contemporáneo. Esta evolución de la llamada poesía de la experiencia, tan próxima al significado real de una transición política donde el socialismo y el comunismo de estado (o de partido) han experimentado mayoritariamente esa misma ambigüedad, fue objeto de análisis crítico por parte del equipo Alicia Bajo Cero. En su estudio Poesía y poder (1997) Alicia Bajo Cero desmontaba en detalle este fenómeno ideológico que venía caracterizando el período de euforia figurativa, datable entre 1985 y 1995. No es sorprendente que este ejercicio de crítica a contracorriente fuera mal recibido e incluso sistemáticamente silenciado por los baluartes de la opinión pública. Poesía y poder fue tratado como un ejemplo perfecto de aquello que, entre otras cosas, denunciaba: una dinámica institucional, poética y "crítica", no tan preparada para la reflexión y el diálogo como para la propaganda y la publicidad

(3)El tema que aquí se nos presenta es todavía complejo, afectado por un notable déficit de apertura crítica, así que intentaré enfocar los argumentos que siguen en torno a dos elementos: uno más específico sobre la noción de sujeto, otro a manera de marco a propósito de las relaciones entre lenguaje y realidad. En cuanto al primero, Alicia Bajo Cero llamó la atención sobre la urgencia de no personalizar sino (con)textualizar el problema de un modelo de sujeto poético autosuficiente, robinsoniano, ontologizado como categoría, en la línea de lo que más tarde se ha llamado con acierto sujeto ensimismado.

Esta concepción experiencial del sujeto se ha visto desbordada al menos por dos tácticas implícitamente polémicas, que comparten de diversa forma la idea (5) de que "es un principio moral no hacer de uno mismo su propia casa". Estas dos tácticas, no totalmente desvinculables ni homogéneas en ningún caso, podrían pensarse a partir de la diferencia (en relación) que Paul Ricoeur establece entre ideología y utopía (6). Según Ricoeur, lo ideológico tiene que ver con aquella mirada que se proyecta sobre lo que existe desde lo que existe, mientras que lo utópico se gesta en mirar lo que existe desde lo no existente, esto es, desde una posición de ilusión, de deseo o, como tal vez diría Bajtín, exotópica. En rigor, ambas no pueden separarse y lo que de hecho nos encontramos en todo lenguaje no es la presencia o ausencia de lo ideológico o lo utópico sino formas concretas y distintas de poner en práctica esa relación. Así, necesariamente se diferencian sin escindirse, lo que nos permite, por un lado, reconocer grados de diversidad y de orientación crítica (en la línea de los dos siguientes epígrafes) así como, por otro, avanzar en la comprensión de las vías posibles de diálogo entre unos y otros y salir, con ello, del peligro (7) que implica un etiquetado fácil. Como se sabe, la tensión expresiva del dictum cernudiano no reside tanto en el polo de la realidad o del deseo como en la y que los une y que, al tiempo, los distancia y enfrenta. (3).






El tema que aquí se nos presenta es todavía complejo, afectado por un notable déficit de apertura crítica, así que intentaré enfocar los argumentos que siguen en torno a dos elementos: uno más específico sobre la noción de sujeto, otro a manera de marco a propósito de las relaciones entre lenguaje y realidad. En cuanto al primero, Alicia Bajo Cero llamó la atención sobre la urgencia de no personalizar sino (con)textualizar el problema de un modelo de sujeto poético autosuficiente, robinsoniano, ontologizado como categoría, en la línea de lo que más tarde se ha llamado con acierto sujeto ensimismado (4). Esta concepción experiencial del sujeto se ha visto desbordada al menos por dos tácticas implícitamente polémicas, que comparten de diversa forma la idea (5) de que "es un principio moral no hacer de uno mismo su propia casa".
Estas dos tácticas, no totalmente desvinculables ni homogéneas en ningún caso, podrían pensarse a partir de la diferencia (en relación) que Paul Ricoeur establece entre ideología y utopía (6). Según Ricoeur, lo ideológico tiene que ver con aquella mirada que se proyecta sobre lo que existe desde lo que existe, mientras que lo utópico se gesta en mirar lo que existe desde lo no existente, esto es, desde una posición de ilusión, de deseo o, como tal vez diría Bajtín, exotópica. En rigor, ambas no pueden separarse y lo que de hecho nos encontramos en todo lenguaje no es la presencia o ausencia de lo ideológico o lo utópico sino formas concretas y distintas de poner en práctica esa relación. Así, necesariamente se diferencian sin escindirse, lo que nos permite, por un lado, reconocer grados de diversidad y de orientación crítica (en la línea de los dos siguientes epígrafes) así como, por otro, avanzar en la comprensión de las vías posibles de diálogo entre unos y otros y salir, con ello, del peligro (7) que implica un etiquetado fácil.
Como se sabe, la tensión expresiva del dictum cernudiano no reside tanto en el polo de la realidad o del deseo como en la y que los une y que, al tiempo, los distancia y enfrenta.
El lenguaje de la realidad.
Si la ideología es la dimensión del conflicto que prioriza (sin absolutizar) el territorio de la realidad dada entonces habrá que esperar de su naturaleza un protagonismo de los mecanismos de reconocimiento, identidad e inteligibilidad. Dentro de una tradición y una hegemonía del paradigma realista, y además de tendiendo puentes hacia opciones no figurativas, esta opción , cuando busca proponer un desafío innovador y crítico necesita apurar y depurar sus dispositivos, extremarlos. Y esto tanto en su forma como en su contenido, lo que conlleva de hecho una retórica descarnada y una noción de realidad social atenta a su periferia y a sus zonas de sombra. En otras palabras, el motor de este realismo crítico sería el reconocimiento de lo ocultado por el sistema institucional establecido. Asimismo, su impertinencia fundamental consiste en abordar el terreno de lo público desde un discurso (el poético) canónicamente privado (intimista) –hasta el punto que el realismo crítico precedente, en la constelación de la otra sentimentalidad y sus satélites, había apoyado sus reivindicaciones en el valor de la privacidad. Desde la perspectiva de la subjetividad se entenderá que nos encontremos aquí un sujeto más solidario que solitario, en una poética polémica que continúa con ello las propuestas cronológicamente previas de autores como Vázquez Montalbán, Peri Rossi o Munárriz, y que hoy se agrupa (de forma no exclusivista) en torno a espacios como Voces del Extremo (Huelva), muestrarios como Feroces (8) o editoriales como el Ateneo Obrero de Gijón, Germania, Crecida o Vitruvio. La transgresión del orden poético y sociopolítico establecido, más específicamente, se canaliza aquí a través de un gesto de apertura radical a lo colectivo y lo subalterno, del uno a los otros, como se evidencia en la poesía de Jorge Riechmann (un autor especialmente ocupado en tender puentes hacia otras opciones no estrictamente realistas) o de Fernando Beltrán –sirva como ejemplo el poema "Los otros, los demás, ellos."





(9). Dicha apertura se presenta como experiencia de desposesión, del "hombre sin voz", atravesado por una alteridad que lo descompone y lo hace estallar, re-partirse. David Eloy Rodríguez, por ejemplo, escribe "Soy una casa deshabitada", y habla a la vez de "los transeúntes de mí mismo" y de que "no se pueden recomponer los fragmentos / de un espejo roto" (10), en versos que remiten a una identidad fracturada, a un sujeto ya no compacto y fijo sino más bien impulsado (expulsado) en la dirección de una inquietud nomádica: la figura espectral del viajero, el recurso a los trenes en Beltrán, o un sujeto de la enunciación en situación de exilio como se encarna en ese diálogo entre lo íntimo y lo político, entre amor y revolución que esCartas de amor de un comunista, de Isabel Pérez Montalbán, o como se deja seguir en el movimiento incansable e indetenible que constituye La marcha de 150.000.000 de Enrique Falcón (11). Es lógico que esta estética crítica asuma su vocación anticanónica. Y que esta asunción, por definición, admita múltiples variables. El trabajo subtextual y de montaje en casos como los ya citados es uno de los recursos más inmediatamente visibles. Otro es la apelación a una corporalidad grotesca y al lenguaje bajo, como ocurre en Leche de camello, de Eladio Orta (Fuenteheridos, Ediciones Piratas, 1999) o en el realismo sucio de poetas como David González que, en confluencia con Wolfe o Fonollosa, usa un lenguaje directo, pronunciado por un yo-antisocial, inserto en lo más sórdido de la realidad actual. El realismo autobiográfico se vuelca en la experiencia de los ninguneados, es decir, en la vida de quienes han quedado y quedan todavía fuera de toda luz que los refleje: "nuestras caras no se reflejan en ningún espejo" (12), punto éste en que la teoría mecanicista del reflejo, tan grata a la ortodoxia soviética del compromiso (de Zdanov a Lukács pasando por Lenin) se ve confrontada con sus propios límites, en una especie de(9). Dicha apertura se presenta como experiencia de desposesión, del "hombre sin voz", atravesado por una alteridad que lo descompone y lo hace estallar, re-partirse. David Eloy Rodríguez, por ejemplo, escribe "Soy una casa deshabitada", y habla a la vez de "los transeúntes de mí mismo" y de que "no se pueden recomponer los fragmentos / de un espejo roto" (10), en versos que remiten a una identidad fracturada, a un sujeto ya no compacto y fijo sino más bien impulsado (expulsado) en la dirección de una inquietud nomádica: la figura espectral del viajero, el recurso a los trenes en Beltrán, o un sujeto de la enunciación en situación de exilio como se encarna en ese diálogo entre lo íntimo y lo político, entre amor y revolución que es Cartas de amor de un comunista, de Isabel Pérez Montalbán, o como se deja seguir en el movimiento incansable e indetenible que constituye La marcha de 150.000.000 de Enrique Falcón (11).




Es lógico que esta estética crítica asuma su vocación anticanónica. Y que esta asunción, por definición, admita múltiples variables. El trabajo subtextual y de montaje en casos como los ya citados es uno de los recursos más inmediatamente visibles. Otro es la apelación a una corporalidad grotesca y al lenguaje bajo, como ocurre en Leche de camello, de Eladio Orta (Fuenteheridos, Ediciones Piratas, 1999) o en el realismo sucio de poetas como David González que, en confluencia con Wolfe o Fonollosa, usa un lenguaje directo, pronunciado por un yo-antisocial, inserto en lo más sórdido de la realidad actual. El realismo autobiográfico se vuelca en la experiencia de los ninguneados, es decir, en la vida de quienes han quedado y quedan todavía fuera de toda luz que los refleje: "nuestras caras no se reflejan en ningún espejo" (12), punto éste en que la teoría mecanicista del reflejo, tan grata a la ortodoxia soviética del compromiso (de Zdanov a Lukács pasando por Lenin) se ve confrontada con sus propios límites, en una especie de desconcertante. Los poemarios más recientes de David González son una exploración vivencial de lo que significa ser carne de cañón en un estado supuestamente avanzado, democrático y rico como la España del ya siglo XXI. En el poema titulado "carbón" Sembrando hogueras, 2001) el marco autobiográfico hace posible la narración en primera persona de la descomposición social que caracteriza lo que, en economía política, ya se conoce como neoliberalismo. En este sentido, esta actitud converge abiertamente con la poesía de Salustiano Martín Pasa la voz, hermano\, Madrid, Bartleby, 2000) y Antonio Orihuela (en el último año ha publicado "Lo que piensa la ballena del arponero", "Piedra, corazón del mundo"). Las referencias a la dictadura franquista y a las víctimas de la guerra civil, centrales en poemas de González como "Sparrings" ("Sparrings") y "nadie con ese nombre" ("Sembrando hogueras"), se amplían en muchos textos de Orihuela. Entre unos poemas y otros se va tejiendo un frente de resistencia al avance supuestamente plausible de la socialdemocracia, cuya enseñanza ideológica central, como ya pusiera en evidencia Walter Benjamin (13), consiste en idealizar la libertad de quienes vendrán detrás para olvidar mejor el sometimiento de quienes les precedieron. La obra de Antonio Orihuela, en fin, es un compendio estremecedor que se apoya en una combinación fértil de los factores hasta aquí señalados: verso prosaico, interpelativo, que no elude el diálogo con los lenguajes dominantes del periodismo y la publicidad (léanse los poemas "Todo por hacer" o "Cambio de postura"), un sujeto poético en deuda con su dimensión comunitaria ("La memoria es el mapa del futuro", "Vivo en un mundo de gente encorvada") y la formulación de un realismo extremo como ejercicio de rebeldía constante (así se declara en el poema "Ya hay quien, como amigo..."). Se trata, sin duda, de una apuesta valiente y más que necesaria en los tiempos que corren. Por otra parte, precisamente Orihuela,González, Beltrán y otros se han presentado públicamente como grupo defensor de una "Poesía de la Conciencia" que aspire "desde una voluntad ingenua, pero legítima, a resistir e intervenir en la realidad" desde una defensa a ultranza de la narratividad y la transparencia. Es fácil entonces observar aquí, aunque no es la única lectura posible, una reducción del compromiso a principios de identidad y realidad como totalidades clausuradas y definitivas.

Los poemarios más recientes de David González son una exploración vivencial de lo que significa ser carne de cañón en un estado supuestamente avanzado, democrático y rico como la España del ya siglo XXI. En el poema titulado "carbón" ( Sembrando hogueras, 2001) el marco autobiográfico hace posible la narración en primera persona de la descomposición social que caracteriza lo que, en economía política, ya se conoce como neoliberalismo. En este sentido, esta actitud converge abiertamente con la poesía de Salustiano Martín ( Pasa la voz, hermano, Madrid, Bartleby, 2000) y Antonio Orihuela (en el último año ha publicadoLo que piensa la ballena del arponero y Piedra, corazón del mundo). Las referencias a la dictadura franquista y a las víctimas de la guerra civil, centrales en poemas de González como "Sparrings" ( Sparrings) y "nadie con ese nombre" (Sembrando hogueras), se amplían en muchos textos de Orihuela. Entre unos poemas y otros se va tejiendo un frente de resistencia al avance supuestamente plausible de la socialdemocracia, cuya enseñanza ideológica central, como ya pusiera en evidencia Walter Benjamin (13), consiste en idealizar la libertad de quienes vendrán detrás para olvidar mejor el sometimiento de quienes les precedieron.
La obra de Antonio Orihuela, en fin, es un compendio estremecedor que se apoya en una combinación fértil de los factores hasta aquí señalados: verso prosaico, interpelativo, que no elude el diálogo con los lenguajes dominantes del periodismo y la publicidad (léanse los poemas "Todo por hacer" o "Cambio de postura"), un sujeto poético en deuda con su dimensión comunitaria ("La memoria es el mapa del futuro", "Vivo en un mundo de gente encorvada") y la formulación de un realismo extremo como ejercicio de rebeldía constante (así se declara en el poema "Ya hay quien, como amigo..."). Se trata, sin duda, de una apuesta valiente y más que necesaria en los tiempos que corren. Por otra parte, precisamente Orihuela,González, Beltrán y otros se han presentado públicamente como grupo defensor de una "Poesía de la Conciencia" que aspire "desde una voluntad ingenua, pero legítima, a resistir e intervenir en la realidad" desde una defensa a ultranza de la narratividad y la transparencia. Es fácil entonces observar aquí, aunque no es la única lectura posible, una reducción del compromiso a principios de identidad y realidad como totalidades clausuradas y definitivas (14). Y en este punto, en suma, la "voluntad ingenua" de entrar en conflicto con la realidad dominante en su propio terreno se convierte quizá en la principal arma y el principal límite de esta "Poesía de la Conciencia", que no puede oponerse al orden establecido sin aceptar las condiciones de partida impuestas por su lenguaje –esto es, reproduciendo de fondo la convicción del célebre presentador televisivo: "Así son las cosas y así se las hemos contado". La realidad del lenguaje. En un muro corriente de una ciudad argentina, entre los tumultos desesperados que han conmocionado ese país en los últimos meses, apareció recientemente una pintada que decía: "No queremos ser realistas!". Y es razonable pensar que una declaración tan crucial como ésta, salvando las distancias, venga al caso. En cierto modo, se dirá, claro que no se puede dejar de ser realista, como tampoco de ser utópico: ambos aspectos son, siguiendo a Ricoeur, dos dimensiones propias de cualquier acto de lenguaje, que probablemente no puedan deslindarse de los juegos entre presencia y ausencia característicos de todo signo. De modo que, de nuevo, la clave reside en cómo realidad y deseo, o ideología y utopía, se relacionan de cara a producir un efecto de crítica revolucionaria. Al igual que puede decirse que el realismo crítico no carece de una dimensión utópica, pero que ésta cede el primer plano a una retórica entendida como lucha ideológica inmediata, también es cierto que la poesía no figurativa da prioridad a lo no reconocible, incluso a una crítica de toda acepción dogmática del Significado, y que esta crítica incorpora la confrontación ideológica concreta. Lo que aquí está en juego es una acción que algunos sociólogos llamarían prepolítica: un trabajo con lo preconsciente orientado no tanto en torno al reconocimiento como desde y hacia el desconocimiento. Recordando las palabras de Wittgenstein en el sentido de que los límites de un lenguaje coinciden con los límites de un mundo, esta segunda opción concibe el conflicto con el mundo a partir de un conflicto en los límites del lenguaje. La realidad no es aquí sólo ni fundamentalmente una especie de apriori que el lenguaje debe aspirar a fotografiar sino, más bien, un mundo percibido y construido, inseparable de los efectos de sentido que el lenguaje proyecta. Su lugar es a la vez un no-lugar, su rumbo una deriva, una experiencia radical de libertad y descontrol. Un mundo abierto, o al menos donde se ha dejado en suspenso la pertinencia de la noción misma de frontera (14). Y en este punto, en suma, la "voluntad ingenua" de entrar en conflicto con la realidad dominante en su propio terreno se convierte quizá en la principal arma y el principal límite de esta "Poesía de la Conciencia", que no puede oponerse al orden establecido sin aceptar las condiciones de partida impuestas por su lenguaje –esto es, reproduciendo de fondo la convicción del célebre presentador televisivo: "Así son las cosas y así se las hemos contado".





La realidad del lenguaje

En un muro corriente de una ciudad argentina, entre los tumultos desesperados que han conmocionado ese país en los últimos meses, apareció recientemente una pintada que decía: "No queremos ser realistas!". Y es razonable pensar que una declaración tan crucial como ésta, salvando las distancias, venga al caso. En cierto modo, se dirá, claro que no se puede dejar de ser realista, como tampoco de ser utópico: ambos aspectos son, siguiendo a Ricoeur, dos dimensiones propias de cualquier acto de lenguaje, que probablemente no puedan deslindarse de los juegos entre presencia y ausencia característicos de todo signo. De modo que, de nuevo, la clave reside en cómo realidad y deseo, o ideología y utopía, se relacionan de cara a producir un efecto de crítica revolucionaria.
Al igual que puede decirse que el realismo crítico no carece de una dimensión utópica, pero que ésta cede el primer plano a una retórica entendida como lucha ideológica inmediata, también es cierto que la poesía no figurativa da prioridad a lo no reconocible, incluso a una crítica de toda acepción dogmática del Significado, y que esta crítica incorpora la confrontación ideológica concreta. Lo que aquí está en juego es una acción que algunos sociólogos llamarían prepolítica: un trabajo con lo preconsciente orientado no tanto en torno al reconocimiento como desde y hacia el desconocimiento. Recordando las palabras de Wittgenstein en el sentido de que los límites de un lenguaje coinciden con los límites de un mundo, esta segunda opción concibe el conflicto con el mundo a partir de un conflicto en los límites del lenguaje. La realidad no es aquí sólo ni fundamentalmente una especie de apriori que el lenguaje debe aspirar a fotografiar sino, más bien, un mundo percibido y construido, inseparable de los efectos de sentido que el lenguaje proyecta. Su lugar es a la vez un no-lugar, su rumbo una deriva, una experiencia radical de libertad y descontrol. Un mundo abierto, o al menos donde se ha dejado en suspenso la pertinencia de la noción misma de frontera (15) En lo tocante a la cuestión del sujeto, éste se deja apreciar ahora como categoría subordinada a una dialéctica que le da sitio y significación. Me refiero al par sujeto/objeto y a sus correlatos de identidad/realidad, cuya dinámica inercial queda deconstruida y desplazada, como una especie de efecto dominó que neutraliza el poder operativo que a dicha oposición le otorgaba la tradición idealista y positivista. Excede el espacio de estas páginas demostrar que, no sólo la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, sino pensadores tan distintos entre sí como Wittgenstein o Deleuze han contribuido a explicar esta conmoción estética y política, teórica y práctica. Otra cosa es si las instituciones educativas y la crítica literaria al uso han contribuido a explicar los trabajos de estos pensadores o si, por el contrario, es usual encontrar un tratamiento acríticamente despectivo o, como diría De Man, una resistencia ciega a la práctica de la teoría. Queda asimismo en el aire la pregunta sobre por qué dichas instituciones no hacen esto.
Pero volviendo al tema del sujeto, lo que aquí está en juego, a mi entender, es la viabilidad de desbordar la sujeción del poema a un mensaje de-limitado o pre-establecido. Como el deseo no acaba con la realidad sino que la impugna y ayuda a construirla, tampoco la pulsión utópica acaba con el sujeto sino que lo libera, lo desata de su sustantividad metafísica. Lo que tenemos entonces que comprender no es una simple ausencia de sujeto sino un sujeto no sujeto (al principio de identidad y al régimen de vigilancia que, según Foucault, lo legitima). Adviértase este verso de Fermín Herrero: "Mas soy la sed tan sólo. Y anochece." ("Un lugar habitable", Madrid, Hiperión, 2000, p. 73). Y no es un ejemplo aislado. Esta especie de sujeto que desaparece en su disolución, emboscado, no desdeña la referencia realista sino que, en consecuencia, la diluye también hasta ofrecerla expectante, agazapada en la crueldad del poema y del mundo.
(15). En lo tocante a la cuestión del sujeto, éste se deja apreciar ahora como categoría subordinada a una dialéctica que le da sitio y significación. Me refiero al par sujeto/objeto y a sus correlatos de identidad/realidad, cuya dinámica inercial queda deconstruida y desplazada, como una especie de efecto dominó que neutraliza el poder operativo que a dicha oposición le otorgaba la tradición idealista y positivista. Excede el espacio de estas páginas demostrar que, no sólo la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, sino pensadores tan distintos entre sí como Wittgenstein o Deleuze han contribuido a explicar esta conmoción estética y política, teórica y práctica. Otra cosa es si las instituciones educativas y la crítica literaria al uso han contribuido a explicar los trabajos de estos pensadores o si, por el contrario, es usual encontrar un tratamiento acríticamente despectivo o, como diría De Man, una resistencia ciega a la práctica de la teoría. Queda asimismo en el aire la pregunta sobre por qué dichas instituciones no hacen esto.
Pero volviendo al tema del sujeto, lo que aquí está en juego, a mi entender, es la viabilidad de desbordar la sujeción del poema a un mensaje de-limitado o pre-establecido. Como el deseo no acaba con la realidad sino que la impugna y ayuda a construirla, tampoco la pulsión utópica acaba con el sujeto sino que lo libera, lo desata de su sustantividad metafísica. Lo que tenemos entonces que comprender no es una simple ausencia de sujeto sino un sujeto no sujeto (al principio de identidad y al régimen de vigilancia que, según Foucault, lo legitima). Adviértase este verso de Fermín Herrero: "Mas soy la sed tan sólo. Y anochece." ( Un lugar habitable, Madrid, Hiperión, 2000, p. 73). Y no es un ejemplo aislado. Esta especie de sujeto que desaparece en su disolución, emboscado, no desdeña la referencia realista sino que, en consecuencia, la diluye también hasta ofrecerla expectante, agazapada en la crueldad del poema y del mundo.
Así tal vez se comprende mejor cómo la crítica social puede estar funcionando, invisible, en poemas asimismo de Fermín Herrero, como son "Like black scattering birds" o "A sueldo", y esto contando con una enunciación de este tipo: "Y los huecos progresan, me desmantelan, / poco a poco intiman y me borran", o "Sólo quien se despoja día a día, / incluso de sí mismo, acierta" (16). "Por veredas borradas", las palabras juegan sus cartas de silencio, las imágenes trabajan el negativo de su luz, el envés del tapiz. Juan Carlos Mestre ha escrito: "No conozco otra conciencia que la oscuridad translúcida" (...) "encuentro a mi amigo en la revuelta, me hospedo en un lugar impenetrable" (...) "la boca del inexistente se parece a mi boca" (...) "ahora puedo contemplarme en lo desaparecido" (17) ... dando continuidad al romanticismo más revolucionario y autoconsciente, el que escribió su nombre en el agua... Llegados a este punto, se multiplican hemorrágicamente los ejemplos de esta táctica esquiva: referencialidad mínima, articulada con un discurso no figurativo, sintácticamente inestable, que radicaliza su manera fragmentaria de encarnar un mundo hecho pedazos. No otra cosa dinamiza series como Cuántas llaves (1998), Arenario (1998, especialmente relevante es el poema "I have a dream. Y eres un niño negro...") o La mujer automática (1996) (18), donde el descentramiento significante apunta en el sentido de un materialismo libertario.
La poesía afronta así el reto de repensar la crítica social ("el compromiso") más allá o más acá del realismo convencional. Y esto gracias a cómo la escritura asume su carácter no instrumental, intransitivo, movida menos por la lógica del control que por la dia-lógica infundada del deseo. La tensión significante permite exceder las direcciones previsibles de la información y la comunicación hacia un sentido que es entonces extravío –el cuestionamiento de la figuración, no en balde, habría sido considerado por el fascismo como arte degenerado. La denuncia política explícita es entonces sólo la punta del iceberg, a la manera del poema "Mikel Zabalza: In Memoriam" en el libro de significativo título




Así tal vez se comprende mejor cómo la crítica social puede estar funcionando, invisible, en poemas asimismo de Fermín Herrero, como son "Like black scattering birds" o "A sueldo", y esto contando con una enunciación de este tipo: "Y los huecos progresan, me desmantelan, / poco a poco intiman y me borran", o "Sólo quien se despoja día a día, / incluso de sí mismo, acierta" (16). "Por veredas borradas", las palabras juegan sus cartas de silencio, las imágenes trabajan el negativo de su luz, el envés del tapiz. Juan Carlos Mestre ha escrito: "No conozco otra conciencia que la oscuridad translúcida" (...) "encuentro a mi amigo en la revuelta, me hospedo en un lugar impenetrable" (...) "la boca del inexistente se parece a mi boca" (...) "ahora puedo contemplarme en lo desaparecido" (17)... dando continuidad al romanticismo más revolucionario y autoconsciente, el que escribió su nombre en el agua... Llegados a este punto, se multiplican hemorrágicamente los ejemplos de esta táctica esquiva: referencialidad mínima, articulada con un discurso no figurativo, sintácticamente inestable, que radicaliza su manera fragmentaria de encarnar un mundo hecho pedazos. No otra cosa dinamiza series como Cuántas llaves (1998), Arenario (1998, especialmente relevante es el poema "I have a dream. Y eres un niño negro...") o La mujer automática (1996) (18), donde el descentramiento significante apunta en el sentido de un materialismo libertario.
La poesía afronta así el reto de repensar la crítica social ("el compromiso") más allá o más acá del realismo convencional. Y esto gracias a cómo la escritura asume su carácter no instrumental, intransitivo, movida menos por la lógica del control que por la dia-lógica infundada del deseo. La tensión significante permite exceder las direcciones previsibles de la información y la comunicación hacia un sentido que es entonces extravío –el cuestionamiento de la figuración, no en balde, habría sido considerado por el fascismo como arte degenerado. La denuncia política explícita es entonces sólo la punta del iceberg, a la manera del poema "Mikel Zabalza: In Memoriam" en el libro de significativo título
"La perseverancia del desaparecido", de Miguel Suárez (Hiperión, 1988, p. 25), donde no sólo la única manera de decir "yo soy" es cuestionando todo principio de propiedad (p. 45) sino que, un paso más adelante, la ley del lenguaje y el cadáver de lo real se ponen en relación con el terrorismo de estado. Como en una sala de cinematógrafo, el proyector vive de la oscuridad, pero no por capricho. Y es que, en última instancia, ¿hasta qué punto son comprensibles (asimilables a una lógica clara y lineal) las experiencias límite, la muerte, el ansia, el abandono, la desaparición...? Este límite del lenguaje, que a menudo una posición mentalista reduce a "irracionalismo", es también un límite de la realidad, pero ahí justo se asoma una mirada nueva, inquieta "bajo la luz de la utopía, sobre un mapa para niños" en el que "ningún lugar se puede encontrar" porque todo sentido nace de su desaparición. O como ha planteado Deleuze, lo que se abandona no es tanto el Yo como su prepotencia, y de ahí que más que de mímesis haya que hablar de devenir, es decir de un pensamiento sin imagen y de una nueva política: aquella que sea capaz de combinar la lucha social con el dejar que emerja la pregunta: "¿Cómo volverse imperceptible?(20). Ante todo, y aun a riesgo de que el sinsentido se dé como un síntoma efectivo del terror (así en Beckett o en Carroll) la escritura necesita para ello ser más productora que representativa o, como se decía en tiempos de revuelta, ser realista en la medida de atreverse a pedir lo imposible. "Así aprendió por fin a no verse la voz". Este verso de J. C. Suñén se incluye en un poemario que, a la luz de lo expuesto, se convierte en escalofriante: en Cien niños (Cátedra, 1999, p. 66) Suñén maneja una crítica de la identidad desde una estética de la rotura, y recurre al espacio privilegiado de la nota aclaratoria a pie de página para insertar una exploración paralela de la comunicación poética. Un desafío a la inteligibilidad que habrá que decidir si es una desconsideración hacia la lectura o, por el contrario, una manera de proponer una lectura verdaderamente creativa y crítica. Mientras tanto, a quien defienda la primera opción le quedarán todavía los viejos versos de Luis Cernuda en Los placeres prohibidos (1931): "Porque ignoraba que el deseo es una pregunta / Cuya respuesta no existe, / Una hoja cuya rama no existe, / Un mundo cuyo cielo no existe". "La perseverancia del desaparecido", de Miguel Suárez (Hiperión, 1988, p. 25), donde no sólo la única manera de decir "yo soy" es cuestionando todo principio de propiedad (p. 45) sino que, un paso más adelante, la ley del lenguaje y el cadáver de lo real se ponen en relación con el terrorismo de estado.
Como en una sala de cinematógrafo, el proyector vive de la oscuridad, pero no por capricho. Y es que, en última instancia, ¿hasta qué punto son comprensibles (asimilables a una lógica clara y lineal) las experiencias límite, la muerte, el ansia, el abandono, la desaparición...? Este límite del lenguaje, que a menudo una posición mentalista reduce a "irracionalismo", es también un límite de la realidad, pero ahí justo se asoma una mirada nueva, inquieta "bajo la luz de la utopía, sobre un mapa para niños" en el que "ningún lugar se puede encontrar" (19) porque todo sentido nace de su desaparición. O como ha planteado Deleuze, lo que se abandona no es tanto el Yo como su prepotencia, y de ahí que más que de mímesis haya que hablar de devenir, es decir de un pensamiento sin imagen y de una nueva política: aquella que sea capaz de combinar la lucha social con el dejar que emerja la pregunta: "¿Cómo volverse imperceptible?" (20). Ante todo, y aun a riesgo de que el sinsentido se dé como un síntoma efectivo del terror (así en Beckett o en Carroll) la escritura necesita para ello ser más productora que representativa o, como se decía en tiempos de revuelta, ser realista en la medida de atreverse a pedir lo imposible.
"Así aprendió por fin a no verse la voz". Este verso de J. C. Suñén se incluye en un poemario que, a la luz de lo expuesto, se convierte en escalofriante: en Cien niños (Cátedra, 1999, p. 66) Suñén maneja una crítica de la identidad desde una estética de la rotura, y recurre al espacio privilegiado de la nota aclaratoria a pie de página para insertar una exploración paralela de la comunicación poética. Un desafío a la inteligibilidad que habrá que decidir si es una desconsideración hacia la lectura o, por el contrario, una manera de proponer una lectura verdaderamente creativa y crítica. Mientras tanto, a quien defienda la primera opción le quedarán todavía los viejos versos de Luis Cernuda en Los placeres prohibidos (1931):
"Porque ignoraba que el deseo es una pregunta
Cuya respuesta no existe,
Una hoja cuya rama no existe,
Un mundo cuyo cielo no existe".
Coda zapatista (para una revolución invisible)
¿Puede pensarse alguna relación entre la crisis de la representación que viene dándose en el sistema político y la que afecta a algunas manifestaciones de la práctica poética? Los lenguajes que asumen esta crisis, ¿ocupan por azar menos espacio en los escaparates de la opinión pública? ¿Es cierto, siguiendo las investigaciones de Habermas, que la opinión pública moderna se define por estar en manos privadas? ¿En qué medida es una contradicción propugnar una sociedad libre y una poesía de acceso limitado? ¿o lo es defender a la vez una democracia radical en lo político y un modelo de sujeto representativo o ejemplar en lo poético? ¿Qué razón obligaría a elegir entre Ken Loach y Manoel de Oliveira? ¿Están las poéticas subversivas, por el hecho de serlo, condenadas al aislamiento (entre sí y con respecto a las poéticas dominantes)?
Más allá de las intenciones de unos y de otros, quizá recordar la idea de Marx y Engels de que el lenguaje es la conciencia práctica nos ayude a terminar de comprender eso mismo: que en el lenguaje se juega la partida. Y esto en dos sentidos: uno, que ésta es tanto la partida del capitalismo masivo que propaga como nunca sus efectos de devastación, como la partida de quienes resisten cotidianamente ante su avance. Y dos: que el lenguaje resulta inseparable de la práctica, la (in)completa como proceso social en todo momento, y que, por eso mismo, no puede circular de forma autosuficiente o puramente autónoma sino materia abierta y dialógica (21). De momento, más que entre líneas podrán reconocerse algunos puentes visibles entre las dos tendencias poéticas que he esbozado más arriba.
¿Tienen estas preguntas que ver sólo con el deseo o también con mecanismos de poder y de contrapoder concretos? Creo que puede argumentarse una defensa razonable de esta última hipótesis. En un momento, como el presente, de revitalización de los movimientos sociales, en que por ejemplo el mal llamado movimiento antiglobalización se reconoce heredero del antifascismo de los años treinta y del anticapitalismo de los sesenta, van dibujándose pistas para una salida transformadora de la situación. A partir de la experiencia del nuevo zapatismo



(22), viene creciendo el interés por una (auto)crítica innovadora del principio de identidad (el paliacate o el mono blanco como símbolos de la amenaza que debía haber quedado desaparecida) conectada con tácticas activas de alianza en la diversidad (multitud de etnias articuladas en su heterogeneidad, el blanco como punto de encuentro de todos los colores). Cuando el discurso zapatista habla así, pidiendo "un mundo donde quepan todos los mundos", no pronuncia un inofensivo panegírico exótico. La historia lo demuestra: nada como el principio de inclusión para impugnar un orden construido sobre la noción/institución de territorio. Como nadie lo sabe la lengua, la lengua que es la sed, del extranjero. Lo decía Blake en sus "Proverbs of Hell", que no vuela demasiado alto el pájaro que lo hace sólo con sus propias alas.
Notas
(1) Theodor W. Adorno: Minima moralia, Madrid, Taurus, 1998, p. 21.
(2) Poco citada es la antología colectiva de título 1917 versos (Madrid, Ediciones Vanguardia Obrera, 1987) que, bajo la advocación de Rafael Alberti, recogía poemas de autores tan relevantes hoy como Javier Egea, Luis García Montero, Antonio Jiménez Millán, Benjamín Prado, Álvaro Salvador y Javier Salvago.
(3) Noam Chomsky ha caracterizado el aparato informativo propio de la cultura masiva en las democracias (neo)liberales como un modelo de propaganda cuyo criterio rector consistiría, justamente, en hacer inviable el contraste con puntos de vista diferentes al dominante no reconociendo su existencia (véase por ejemplo Ilusiones necesarias (Control del pensamiento en las sociedades democráticas), Madrid, Libertarias/Prodhufi, 1992).
(4) Léase a este respecto el ensayo de Virgilio Tortosa Escrituras ensimismadas (La autobiografía literaria en la democracia española), Universidad de Alicante, 2001. En cuanto a la diferencia entre personalizar y textualizar, hay que decir que ésta no sólo no se discutió ni se comprendió sino que en algún momento fue contestada (no la diferencia en sí sino la carga crítica que comportaba) bajo la forma del insulto autodefensivo, como sucedió en el artículo "La nueva poesía española" firmado por Felipe Benítez Reyes (Claves de razón práctica, núm. 58, 1995, pp. 52-55). (22), viene creciendo el interés por una (auto)crítica innovadora del principio de identidad (el paliacate o el mono blanco como símbolos de la amenaza que debía haber quedado desaparecida) conectada con tácticas activas de alianza en la diversidad (multitud de etnias articuladas en su heterogeneidad, el blanco como punto de encuentro de todos los colores). Cuando el discurso zapatista habla así, pidiendo "un mundo donde quepan todos los mundos", no pronuncia un inofensivo panegírico exótico. La historia lo demuestra: nada como el principio de inclusión para impugnar un orden construido sobre la noción/institución de territorio. Como nadie lo sabe la lengua, la lengua que es la sed, del extranjero. Lo decía Blake en sus Proverbs of Hell, que no vuela demasiado alto el pájaro que lo hace sólo con sus propias alas.
Notas
(1) Theodor W. Adorno: Minima moralia, Madrid, Taurus, 1998, p. 21.
(2) Poco citada es la antología colectiva de título 1917 versos (Madrid, Ediciones Vanguardia Obrera, 1987) que, bajo la advocación de Rafael Alberti, recogía poemas de autores tan relevantes hoy como Javier Egea, Luis García Montero, Antonio Jiménez Millán, Benjamín Prado, Álvaro Salvador y Javier Salvago.
(3) Noam Chomsky ha caracterizado el aparato informativo propio de la cultura masiva en las democracias (neo)liberales como un modelo de propaganda cuyo criterio rector consistiría, justamente, en hacer inviable el contraste con puntos de vista diferentes al dominante no reconociendo su existencia (véase por ejemplo Ilusiones necesarias (Control del pensamiento en las sociedades democráticas), Madrid, Libertarias/Prodhufi, 1992).
(4) Léase a este respecto el ensayo de Virgilio Tortosa Escrituras ensimismadas (La autobiografía literaria en la democracia española), Universidad de Alicante, 2001. En cuanto a la diferencia entre personalizar y textualizar, hay que decir que ésta no sólo no se discutió ni se comprendió sino que en algún momento fue contestada (no la diferencia en sí sino la carga crítica que comportaba) bajo la forma del insulto autodefensivo, como sucedió en el artículo "La nueva poesía española" firmado por Felipe Benítez Reyes (Claves de razón práctica, núm. 58, 1995, pp. 52-55).
(5) Adorno, ibidem, p. 36.
(6) P. Ricoeur: Ideología y utopía, Barcelona, Gedisa, 1994. He desarrollado una aplicación posible de esta argumentación en Poesía y utopía, Valencia, Episteme, 1999.
(7) Peligro que se resume en este verso de Eladio Orta: "las etiquetas están al servicio del poder" (en tránsito, Huelva, Ediciones del 1900, 1995, p. 10).
(8) Isla Correyero: Feroces (Radicales, marginales, y heterodoxos en la última poesía española), Barcelona, DVD, 1998.
(9) F. Beltrán: El hombre de la calle, Diputación de Granada, 2001, p. 39.
(10) Cito del poemario Miedo de ser escarcha, Sevilla, Qüásyeditorial, 2000.
(11) Ambos libros editados por Germania, Valencia, Colección "Hoja por ojo", en 1998 y 1999 respectivamente. Una clave cercana a esta conjugación de lo privado con la amargura ante/desde lo público, un sujeto espectral y su fragmentación en una pluralidad móvil se ha dado también en Constelaciones al abrir la nevera (Madrid, Hiperión, 1996) de Ángel Petisme: "Tengo la sospecha de ser un invisible" (p. 41); "Somos piezas de un puzzle insobornable, somos pedazos de una conciencia joven y más justa, fragmentos que vuelven a su imán" (p. 83). El texto de Petisme se aproxima hasta cierto punto a la narratividad autocomplaciente de la poesía de la experiencia, pero salva el riesgo de ensimismamiento en virtud tanto de la desmesura de su registro como de la temática sociopolítica –que venía apareciendo excepcionalmente en libros como Además (1993) de L. García Montero y en autores aislados a principios de los noventa como Jorge Riechmann.
(12) En Sparrings, Oviedo, Línea de Fuego, 2000, pp. 69-71. A continuación remito al libro de David González Sembrando hogueras, Madrid, Bartleby, 2001.
(13) W. Benjamin: "Tesis de filosofía de la historia", en Discursos interrumpidos I, Madrid, Taurus, 1989, pp. 175-191, Tesis núm. 12. "

(5) Adorno, ibidem, p. 36.
(6) P. Ricoeur: Ideología y utopía, Barcelona, Gedisa, 1994. He desarrollado una aplicación posible de esta argumentación en Poesía y utopía, Valencia, Episteme, 1999.
(7) Peligro que se resume en este verso de Eladio Orta: "las etiquetas están al servicio del poder" (en tránsito, Huelva, Ediciones del 1900, 1995, p. 10).
(8) Isla Correyero: Feroces (Radicales, marginales, y heterodoxos en la última poesía española), Barcelona, DVD, 1998.
(9) F. Beltrán: El hombre de la calle, Diputación de Granada, 2001, p. 39.
(10) Cito del poemario Miedo de ser escarcha, Sevilla, Qüásyeditorial, 2000.
(11) Ambos libros editados por Germania, Valencia, Colección "Hoja por ojo", en 1998 y 1999 respectivamente. Una clave cercana a esta conjugación de lo privado con la amargura ante/desde lo público, un sujeto espectral y su fragmentación en una pluralidad móvil se ha dado también en Constelaciones al abrir la nevera (Madrid, Hiperión, 1996) de Ángel Petisme: "Tengo la sospecha de ser un invisible" (p. 41); "Somos piezas de un puzzle insobornable, somos pedazos de una conciencia joven y más justa, fragmentos que vuelven a su imán" (p. 83). El texto de Petisme se aproxima hasta cierto punto a la narratividad autocomplaciente de la poesía de la experiencia, pero salva el riesgo de ensimismamiento en virtud tanto de la desmesura de su registro como de la temática sociopolítica –que venía apareciendo excepcionalmente en libros como Además (1993) de L. García Montero y en autores aislados a principios de los noventa como Jorge Riechmann.
(12) En Sparrings, Oviedo, Línea de Fuego, 2000, pp. 69-71. A continuación remito al libro de David González Sembrando hogueras, Madrid, Bartleby, 2001.
(13) W. Benjamin: "Tesis de filosofía de la historia", en Discursos interrumpidos I, Madrid, Taurus, 1989, pp. 175-191, Tesis núm. 12.
(14) El entrecomillado de la frase anterior está tomado del artículo "Gijón aplaudió la presentación del grupo Poesía de la Conciencia", publicado por La Nueva España, 13/7/2001. En cuanto a la reducción del significado de las poéticas materialistas a una identidad apriorística y no cuestionada, es ésta una operación que se deja entrever sin ir más lejos en el clarificador texto teórico de César de Vicente Hernando: "La poesía de Antonio Orihuela o la experiencia de los límites", prólogo a Piedra, corazón del mundo, Valencia, Germania, 2001, pp. 7-17.
(15) En su discurso de recepción del premio Theodor W. Adorno, el 22 de septiembre de 2001 en la ciudad de Frankfurt, Jacques Derrida recuperaba la idea de que la frontera entre realidad y sueño cumple la misión primordial de dañar los sueños más urgentes y más bellos (reproducido como "La lengua del extranjero" en Le Monde Diplomatique, núm. 75, 2002, pp. 18-21). Obsérvese que la crítica derrideana del positivismo no está proponiendo un rechazo ingenuo de la noción de realidad sino un cuestionamiento de toda frontera rígida entre lo que es realidad y lo que no lo es, así como una defensa decidida del papel ineludible y desestabilizador que aquí juega la escritura. Una puesta en crisis complementaria de la noción de frontera, así como una crítica del (absolutismo del) reflejo y la reivindicación de la refracción y el desvío lingüistico fue planteada, desde un marxismo heterodoxo, por V. N. Voloshinov en El marxismo y la filosofía del lenguaje, Madrid, Alianza, 1992. Voloshinov acabó desaparecido durante las purgas estalinistas de los años treinta.
(16) F. Herrero: Echarse al monte, Madrid, Hiperión, 1997, pp. 49, 50, 23 y 44.
(17) J. C. Mestre: La tumba de Keats, Madrid, Hiperión, 1999, pp. 9, 12, 45 y 86.
(18) C. García: Cuántas llaves, Barcelona, Icaria,1998 (sintomáticamente prologado por M. Vázquez Montalbán). A. Ortega: Arenario, Oviedo, KRK, 1998. M. Casado: La mujer automática, Madrid, Cátedra, 1996. Casado, entre otros trabajos, ha dedicado un importante ensayo a destacar el carácter de denuncia que tiene la poesía de Jorge Riechmann, "Para recuperar los nombres", Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 544, 1995, pp. 113-124. \n",1]
(14) El entrecomillado de la frase anterior está tomado del artículo "Gijón aplaudió la presentación del grupo Poesía de la Conciencia", publicado por La Nueva España, 13/7/2001. En cuanto a la reducción del significado de las poéticas materialistas a una identidad apriorística y no cuestionada, es ésta una operación que se deja entrever sin ir más lejos en el clarificador texto teórico de César de Vicente Hernando: "La poesía de Antonio Orihuela o la experiencia de los límites", prólogo a Piedra, corazón del mundo, Valencia, Germania, 2001, pp. 7-17.
(15) En su discurso de recepción del premio Theodor W. Adorno, el 22 de septiembre de 2001 en la ciudad de Frankfurt, Jacques Derrida recuperaba la idea de que la frontera entre realidad y sueño cumple la misión primordial de dañar los sueños más urgentes y más bellos (reproducido como "La lengua del extranjero" en Le Monde Diplomatique, núm. 75, 2002, pp. 18-21). Obsérvese que la crítica derrideana del positivismo no está proponiendo un rechazo ingenuo de la noción de realidad sino un cuestionamiento de toda frontera rígida entre lo que es realidad y lo que no lo es, así como una defensa decidida del papel ineludible y desestabilizador que aquí juega la escritura. Una puesta en crisis complementaria de la noción de frontera, así como una crítica del (absolutismo del) reflejo y la reivindicación de la refracción y el desvío lingüistico fue planteada, desde un marxismo heterodoxo, por V. N. Voloshinov en El marxismo y la filosofía del lenguaje, Madrid, Alianza, 1992. Voloshinov acabó desaparecido durante las purgas estalinistas de los años treinta.
(16) F. Herrero: Echarse al monte, Madrid, Hiperión, 1997, pp. 49, 50, 23 y 44.
(17) J. C. Mestre: La tumba de Keats, Madrid, Hiperión, 1999, pp. 9, 12, 45 y 86.
(18) C. García: Cuántas llaves, Barcelona, Icaria,1998 (sintomáticamente prologado por M. Vázquez Montalbán). A. Ortega: Arenario, Oviedo, KRK, 1998. M. Casado: La mujer automática, Madrid, Cátedra, 1996. Casado, entre otros trabajos, ha dedicado un importante ensayo a destacar el carácter de denuncia que tiene la poesía de Jorge Riechmann, "Para recuperar los nombres", Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 544, 1995, pp. 113-124.
(19) Paul Celan: "El meridiano", en Obras completas, Madrid, Trotta, 2000, p.509.
(20) G. Deleuze: Crítica y clínica, Barcelona, Anagrama, 1997, p. 40. Pueden consultarse dos útiles introducciones a la filosofía de Deleuze y de Adorno, respectivamente: A. Navarro Casabona: Introducción al pensamiento estético de Gilles Deleuze, Valencia, Tirant lo Blanch, 2001; V. Gómez: El pensamiento estético de Theodor W. Adorno, Madrid, Cátedra, 1998.
(21) De esta resistencia al monopolio lingüístico, en el terreno de la producción poética, todavía son testimonios (ideológicos y utópicos) prácticas colectivas como las que llevan a cabo el Taller de Escritura en Casas Okupadas (Barakaldo), el Manual de Lecturas Rápidas para la Supervivencia (Madrid) o el grupo Palabra Itinerante (Sevilla).
(22) El elemento de poeticidad inscrito en los nuevos movimientos sociales, y su paradójica y desafiante relación con las actuales políticas de desaparición legal (Virilio) es un aspecto que permitiría enfocar más ampliamente la cuestión de la crítica social, en el sentido del carácter social de toda crítica práctica (A. Méndez Rubio: "La revolución invisible (La cultura como espacio de conflicto y resistencia)", Voces y Culturas, núm. 15, 2000, pp. 129-150.
(19) Paul Celan: "El meridiano", en Obras completas, Madrid, Trotta, 2000, p.509.
(20) G. Deleuze: Crítica y clínica, Barcelona, Anagrama, 1997, p. 40. Pueden consultarse dos útiles introducciones a la filosofía de Deleuze y de Adorno, respectivamente: A. Navarro Casabona: Introducción al pensamiento estético de Gilles Deleuze, Valencia, Tirant lo Blanch, 2001; V. Gómez: El pensamiento estético de Theodor W. Adorno, Madrid, Cátedra, 1998.
(21) De esta resistencia al monopolio lingüístico, en el terreno de la producción poética, todavía son testimonios (ideológicos y utópicos) prácticas colectivas como las que llevan a cabo el Taller de Escritura en Casas Okupadas (Barakaldo), el Manual de Lecturas Rápidas para la Supervivencia (Madrid) o el grupo Palabra Itinerante (Sevilla).
(22) El elemento de poeticidad inscrito en los nuevos movimientos sociales, y su paradójica y desafiante relación con las actuales políticas de desaparición legal (Virilio) es un aspecto que permitiría enfocar más ampliamente la cuestión de la crítica social, en el sentido del carácter social de toda crítica práctica (A. Méndez Rubio: "La revolución invisible (La cultura como espacio de conflicto y resistencia)", Voces y Culturas, núm. 15, 2000, pp. 129-150.
Antonio Méndez Rubio



Como lector observo y releo; y entre mundos tan distanciados en lo profundo, "en lo profundo todo es ley", que dijera Jenaro Talens, tanto Riechmann, como Antonio Méndez o el propio Enrique Falcon abordan de manera radical ese ser/escribir/devenir social.




David Eloy, Jose María Gómez (La palabra itinerante) son jovenes voces que estan en el caudal de poesía crítica, subversiva, valiente, arriesgada, conflictiva, de sangre dada, de vida abierta sin simulacros, apasionadamente abierta al otro, al ombligo de las multiplicidades del mundo, especialmente ese río de ríos de los acallados...
Victor Gómez








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