domingo, 3 de junio de 2007

ATTILA JOZSEF: O UNA LUCIDEZ DESESPERADA

Hace cien años nació Attila József, poeta cuya vida reproduce el período más doloroso y mustio de la historia húngara. Tal vez por ello aún resulte un enigma cómo la fatalidad, el abandono y la desprotección pueden habernos dejado versos tan bellos, que discurren en ese tránsito espectral de Eros, Pathos y Thánatos, pero no como sintomatologías freudianas sino en un plano esencial en el que todo, hasta lo más amargo, adquiere inusitadas cuotas de dulzura.
Una suerte de Modigliani de la poesía, un Maiakovski sombrío o un Villon comprometido y defensor de causas perdidas, en el que convergen exacerbados el fervor político, las pulsiones de creación y de muerte. Donde los estigmas de la primera gran guerra, la pobreza y el acecho del fascismo, marcarían su obra y breve destino personal, como el símbolo más sensible de su generación trágica, en una Europa que enloquecería prontamente. Y cuya precocidad lo llevará a publicar sus primeros poemas en la principal revista literaria de Hungría, Nyugat [Occidente], cuando tenía apenas 16 años.
(Extracto de un artículo de Rafael Ojeda)



«Bella es la noche. Duerme tranquila, dulcemente.

Mis vecinos se acuestan.

Los adoquinadores caminaron a paso lento.

Lejos la piedra resonaba pura,

y el martillo

y la calle,

y ahora hay este silencio.

Hace tiempo que no te veo.

--


Tus brazos laboriosos son tan frescos

como este río del gran silencio

que no murmura y se aleja lentamente,

tan lentamente que a su lado se duermen los árboles,

y luego los peces

y yo me quedo solo, solo.


--


Estoy cansado de tanto trabajar,

También voy a dormirme.

Duerme tranquila, dulcemente.

Seguramente tú estás triste,

y por eso estoy triste también.


--


Hay silencio.

Ahora las flores nos perdonan».

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