miércoles, 18 de abril de 2007

VICENTE GALLEGO: LUZ INCESANTE SOBRE AGUA BENDITA



La noche del agua


Con la luna de agosto
volada del caldero de la mar
y quieta arriba;
con el agua hasta el pecho,
en esta playa sola de la noche,
y ya cuarenta
de los que aquí se cumplen sin ganancia,
contemplo el litoral, y estoy pagado.

Fuera así que nos dieran
aviso de la última y venirnos
a la orilla del agua, ya dispuestos
para entrarnos a nado
en la íntima rueca
donde prende la espuma
y va en su vuelta blanca cegadora.

Fuera así, en el verano,
que llamaran a cuentas,
y entrar en las del mar por nuestro pie,
después del largo día clamoroso,
bebido el fresco vino con los nuestros.

Si de una merced,
si fuera digno
de alguna caridad,
y no por mi valor, mas por lo mucho
que me tocó temblar,
si un hombre mereciera compasión,
concededme que sea
una noche de luna como hoy,
metido en este mar
del verano de dios, de cuando niño,
cargado con la flor
de la certeza el cubo
y dueño, dueño
de tanta arena mía por llegar
que se escurre de un puño muy pequeño.

No irá a tu encuentro un hombre:
de la noche del agua
a un niño has de llevarte y de su luna.
¿Es que no lo conoces, es que tanto
lo ha cambiado el dolor?
¿De la noche del agua a las del mar,
llevarás a tu niño, madre ciega?

.

.

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Madrigal

Para Encarna Oliva







Os debo un madrigal,
amada mía, tierra
mía, suelo
de las germinaciones,
solícita matriz de cuanto quiso
crecer en buen amor por nuestra casa.

Sois carne de mi carne,
gozadora, y sois también
mi coronela
de las verdades duras,
las que sólo se dicen entre dos.
Y amiga mía, sois, cuando gustáis,
la más misericorde engañadora,
mi acuerdo y mi disputa, mi querida.

Lo que puedo ofreceros ya lo veis,
no tiene más valor
que el que vos le otorgáis al aceptarlo:
el carbón de mi edad, la oscura alpaca
que ayer fuera orgullosa platería.

Pues a mi lado vais,
por tan cierta,
mi hermana, puta mía,
dejad, consentidora, que os levante
la falda, y al desván
vayamos a sacarnos las vergüenzas,
vayamos a bebernos las heridas.

Porque os hice llorar, porque lloré,
os debo una canción aquí en la plaza:
no atendáis a su letra,
poned sólo a su música el oído,
que esa sí, que esa sabe
sonar sin más verdad que el puro son
del corazón metido a daros gracias
por todo y por acaso
lo que pueda llegar, si tuvierais a bien
compartir la quebrada.

Yo quiero la marchita
gardenia que ya asoma a vuestra piel,
el fatigado hueso,
la cabellera blanca,
yo quiero cuanto venga a derrotaros,
y a cambio, por defensa,
la saliva del viejo os he de dar,
la mano escueta, el miedo y el orín
de las noches en vela.
.
Vicente Gallego, 1963.
Una voz que arrasa porque atraviesa el espíritu vacío y se instala en lo amado con la exactitud verbal de Orfeo.

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