jueves, 22 de marzo de 2007

JOSE ANTONIO MARINA DIXIT




En contra de todas las teorías estructurales, fascinadas por la sintaxis, creo que el fenómeno fundamental del lenguaje es la semántica, y que es la semántica la que presiona para crear nuevo léxico y nuevas estructuras sintácticas.

La estructura fundamental de nuestra conciencia es semántica. Todos nuestros actos son actos de donación de significado, punto en que se unifican psicología y filología. Hay un acto psicológico en el que damos significado a una cosa, y que es el acto inaugural del lenguaje que se da también en la percepción. Cuando yo miro esto y lo percibo no como un rectángulo oscuro, sino como un magnetófono, estoy dando significado a la percepción, y a partir de ahí puede surgir el lenguaje.

Volviendo a los diccionarios, nosotros tenemos una especie de diccionario psicológico que hemos ido asimilando y configurando a lo largo de nuestra vida, cuyos enlaces posiblemente no conocemos, pero que sin embargo sabemos usar. En ese diccionario el significado de las palabras es un poco embarullado, pero tiene muchísimos enlaces, no sólo con otras palabras, sino con experiencias, de manera que nuestro diccionario biográfico es un diccionario donde se organizan informaciones de muy diversa procedencia, con una etiqueta léxica que nos sirve para manejarnos. A partir de ahí intentamos hacer un diccionario ideal, que es el de los libros, donde perdemos el rico barullo significativo que tenemos cada uno de nosotros, e intentamos precisar una definición técnica. El diccionario oficial es una abstracción de cada uno de los significados vividos que se configuran a lo largo de nuestra vida personal.

Además hemos heredado toda la historia del lenguaje, de manera que en cada una de las palabras no sólo hay ciertos rasgos del significado que se relacionan sincrónicamente con otros significados, sino que también hay rasgos genealógicos, o diacrónicos, que enlazan con la biografía de cada una de las palabras y con nuestra propia biografía. Para conocer bien el significado tenemos que atender a ambos aspectos.
La genealogía de las palabras es muy rica, y hasta las confusiones tienen su razón de ser. Esto es algo más que la etimología. Por ejemplo, examinemos la historia de una palabra como "melancolía". Empieza siendo una parte de la actividad de los humores: melanós jolé, la bilis negra. En la antigua Grecia es una locura furiosa. Uno de los síntomas de la melancolía era que los melancólicos se iban al monte a aullar en las noches de luna, o que de repente creían que no tenían cabeza. Los médicos griegos que comentan esto proponen una cura: poner a estos enfermos un casco muy apretado en la cabeza, con lo que acaban por darse cuenta de que sí tienen cabeza. Tenía otro síntoma muy interesante para los filólogos españoles: los enfermos de melancolía creían estar hechos de barro quebradizo o vidrio, y tenían un terrible miedo a que alguien se acercara. Años después aparece un tratadito, "El problema treinta", según la tradición escrito por Aristóteles, donde se afirma que todas las personas excepcionales son melancólicas. La melancolía, que hasta entonces había sido una locura furiosa, pasa a ser una característica del genio. En el Renacimiento, Marsilio Ficino lo recupera, y vuelve a plantear que la melancolía es la esencia de la genialidad. En el barroco se pone de moda, Shakespeare muestra algunos personajes preocupados por cómo ser melancólico para no pasar por bestia. Victor Hugo termina por definir la melancolía como el placer de ser desdichado...

Esto es la genealogía del significado de una palabra, si sólo decimos la etimología: melanós jolé, perdemos toda la historia. En la palabra tenemos un precipitado de todo lo que hay detrás, y descubrirlo es una labor absolutamente fascinante.

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